La leyenda del hospital de Alcázar de San Juan

10 Leyendas de Terror
10 Leyendas de Terror

Pital hos

Esta historia es real, ya que yo mismo la viví. Todo el pueblo, e incluso la gente del exterior, había escuchado alguna vez algo sobre este enigmático hospital abandonado, y había comentado algo al respecto. En el extrarradio de la ciudad se encontraba un hospital, abandonado desde hace unos escasos 12 años, que era poseedor de multitud de leyendas, tan escalofriantes que hacían que la gente tuviese que cambiar de acera al pasar cerca de él.

Tenía tres plantas, estaba muy deteriorado y sufría graves daños. Se dividía en dos módulos, que estaban repartidos en un lúgubre jardín.El módulo principal era bastante grande, y describía la forma de una L. El otro era menor, y no tenía ninguna sala de atención a enfermedades, simplemente recepción, sala de reuniones etc. Había leyendas que contaban que se oían llorar a los bebés muertos allí, que las camillas se movían, que las luces se apagaban y encendían…

Nadie pudo probar la existencia de aquellos sucesos, pero era evidente que se escuchaban cosas y las luces se apagaban y encendían. Algunos decían que eran los gatos, en cambio otros, que habían tenido el suficiente valor para internarse a las primeras habitaciones, decían que realmente allí sucedían cosas. Lo único que se sabía era que ningún guardia al que le hubiesen encomendado la ardua tarea de proteger el hospital, había durado más de una semana. Todos dimitían, decían que no podían volver a entrar allí. Tal era el temor que los guardas le tenían, que dejó de haberlo hace tiempo.

Primero os contare la historia que le ocurrió a mi padre y a sus hermanos, cuando tenían unos 16 años. El hospital no estaba abandonado aún, claro, pero estaba muy mal organizado. Todo estaba asqueroso, la higiene era muy mala, las habitaciones eran cutres y estaban medio rotas, y cientos de gatos habitaban allí. Se solían meter al jardín por las noches a fumar. Pues un día, vieron como un cubo azul bajaba rodando desde el hospital, estaba lleno de gasas, vendas y jeringas llenas de sangre. No le dieron importancia, hasta que más tarde bajó otro cubo, pero lleno de hígados, riñones y corazones para trasplantar. Se apartaron asqueados, y vieron como un montón de gatos hacia un corro alrededor de la carne humana y se la comía. Era tal la poca higiene y la falta de presupuesto y personal, que hasta los gatos entraban y devoraban la carne humana. Esto es real, lo juro, mi padre y mis tíos lo aseguran.

Ahora contare mi historia, que juro que es real, y que me ha dejado una marca en mi vida. El caso es que mi pandilla llevaba mucho tiempo colándose al jardín del hospital, pero nunca lográbamos cruzar más de tres habitaciones en el interior de este. No se si sería por la imaginación, pero siempre veíamos cosas terribles que nos hacían regresar sobre nuestros pasos. Y bien, el caso es que un día normal, como cualquier otro, quedamos todos para colarnos. Nuestra meta era llegar a la tercera planta.

Eran las siete y media cuando nos encontrábamos todos frente a las oxidadas verjas del hospital abandonado: Nacho, Nuria, Cristina, Sergio, Álvaro, Cristian, Ernesto, Virginia, Yamila, Miriam, Patricia y yo.

Hos

No tardamos en saltarnos la verja, y nos sorprendimos al ver con que facilidad Nuria abrió la cerradura, abriendo paso a las chicas. Entonces cruzamos al jardín, reconociendo cada tramo del camino, que habíamos recorrido muchas veces antes. Primero llegamos al módulo pequeño, y subimos la escalerilla que daba a la puerta principal. La puerta era de cristal, así que esta vez decidimos romperla, no como solíamos hacer, colándonos por las ventanas. Fuimos entrando uno a uno, y antes de entrar pude llegar a ver a la pareja de galgos que habitaba en el jardín desde hace mucho tiempo, y que había aprendido a convivir con la multitud de gatos que también habían encontrado allí su hogar. Una vez estuvimos todos dentro, decidimos registrar todos los muebles, cosa que nunca antes habíamos hecho. Allí había armarios, sofás, cómodas, mesas, escritorios…

Miramos cada cajón, y sólo encontramos viejas revistas o periódicos, la mayoría del año 91 o 92. Después de haber registrado todo el módulo nos sentamos en los viejos y ajados sofás, y encendimos las linternas, ya estaba anocheciendo. Yo no es que tuviese miedo, pero no me hubiese quedado en la parte trasera del grupo por nada del mundo, de hecho, el simple hecho de sentarme en uno de los extremos de los tres sofás en los que estábamos repartidos me aterraba. ¿Por qué? Simplemente veía o creía ver cosas, me imaginaba todo cuanto se contaba de aquel lugar. Tras tener una conversación sobre lo que habíamos visto, y comprobar lo cagados que estaban algunos, salimos de nuevo al jardín, y esta vez, bajo el cielo de la noche, nos dirigimos a la parte principal. Todo iba bien dentro de lo posible, es decir, simplemente había algún grito ocasional, algún sollozo de los más aterrados, algún intento de darse la vuelta… Hasta que la linterna de Nacho, el que estaba en cabeza, enfocó algo que parecía moverse de un salto.

Todos nos quedamos paralizados. ¿Era un gato? ¿Un perro tal vez? ¿Qué podría ser si no? Cagados de miedo, y enfocando en todas las direcciones con las linternas, entramos al hospital. Cruzamos indecisos las primeras habitaciones, hechos una pelota, y al fin llegamos a nuestra meta anterior: un largo pasillo con multitud de puertas. Enfocamos la linterna a través de los cristales translucidos de la primera puerta, y parecía haber camas al otro lado. Yamila había llegado un día hasta allí dentro con sus hermanos, y casi le dejó un trauma. Tuvimos que estar horas detrás de ella para convencerla. Ya apenas prestábamos atención a la habitación, cuando algo pareció moverse detrás de ella, y, seguidamente escuchamos un portazo.

El corazón se nos aceleró tanto, que yo noté que me faltaba el aire, el corazón me dio un vuelco. No tardamos en salir corriendo de allí, pero… ¡La puerta por la que habíamos entrado estaba cerrada! Seguramente no estaría cerrada con llave, pero la tensión y los nervios hicieron que no nos detuviésemos a girar el pomo. El miedo se apodero de nosotros, y corrimos en la primera dirección que se nos ocurrió, en busca de una salida alternativa. Al final del pasillo tuvimos que detenernos, ya que había una puerta que nos cerraba el paso. Respiramos hondo y cruzamos la puerta corriendo (Estaba abierta) Y en ese preciso momento, fue cuando todos nos cagamos de miedo…

Corrimos sin mirar atrás, y vimos que las camas y las cortinas por las que íbamos pasando se agitaban frenéticamente. Yo iba de los últimos, y cuando me gire para mirar hacia atrás, mientras seguía corriendo, pude ver como una sombra cruzaba el pasillo. Me aceleré de tal forma que acabé chocando contra una puerta. Me incorporé y observé horrorizado como nadie me había esperado. En ese momento contemplé la muerte como única salida, pero al fin, sin mirar a ninguna dirección en concreto, empecé a correr. Pude ver a gente corriendo delante de mí, pero no podía omitir ningún sonido.

Giré varias esquinas, hasta que choqué de nuevo. Esta vez había chocado contra mi pandilla, pero nadie lo sabia. Todos chillamos y corrimos, inmersos en una terrorífica confusión. No consigo recordar lo que ocurrió exactamente, solo se que acabamos separados. Me encontraba junto a Nuria, Patricia, Yamila, Nacho, Cristian y Álvaro, habíamos perdido al resto. Nadie sabía lo que había ocurrido, y tampoco teníamos valor para ir a buscar al resto. Nos encontrábamos arrinconados en una habitación, e iluminábamos cada rincón con nuestras linternas, con miedo a iluminar algo que sería mejor no ver.

Al fin nos levantamos, y de dos zancadas cruzamos la habitación. Corrimos por un pasillo, y acabamos subiendo por las escaleras al primer piso (Era nuestra única salida, a nadie le gustaba la idea de subir) Una vez allí continuamos nuestra carrera, y contemplábamos como a nuestro alrededor se veían cosas horribles… Solo me acuerdo de que corrimos y corrimos sin parar, y que acabamos en el tercer piso, en la terraza. Este hecho nos alivió, tal vez por poder sentir a lo lejos las luces, el ruido, el movimiento del pueblo.

Pero aún seguíamos allí, en el interior de aquel terrorífico hospital, acojonados como nunca lo habíamos estado, y separados de la mitad del grupo. Nos asomamos a la terraza, pero apenas alcanzábamos a ver el suelo. Enfocamos las linternas, y mientras intentábamos distinguir a alguno de nuestros amigos, y vimos a un hombre rígido, de pie, mirándonos. No se distinguía la cara, pero estaba mirando hacia nosotros. Nuria, patricia y Yamila gritaron de tal forma que nos hubiesen oído fuera del recinto. Entonces notamos pasos apresurados detrás de nosotros, y vimos como el resto de compañeros se acercaba corriendo. Todos nos juntamos en una esquina de la terraza, y comprobamos que a los otros también les habían ocurrido cosas raras.

Pero, al mirar detenidamente a nuestro alrededor, comprobamos que ni Miriam ni Virginia estaban allí. Cada grupo creía que estaba con el otro, pero al parecer, se habían separado. Cuando nos disponíamos a bajar corriendo a buscarlas, Virginia subió corriendo, estaba aterrorizada y llorando, y cuando llegó arriba se abalanzo sobre nosotros. Nos contó entre sollozos que habían encontrado a una chica muerta, y que Miriam se había perdido. Bajamos todos corriendo, y entramos a la habitación que nos indicó Virginia. Encontramos a Miriam acurrucada en un rincón, temblando y llorando. Cuando llegamos hasta ella vimos que solo decía cosas incoherentes, y que tenia una profunda expresión de terror en la cara.

Cuando nos pusimos todos al lado de ella empezaron a oírse portazos, uno detrás de otro y cientos de pasos que se acercaban a nosotros a la velocidad del rayo, como atravesando cada pasillo del hospital, además se oía un murmullo. Al fin oímos una sonora carcajada, y una cegadora luz cruzó la puerta. Entonces vimos claramente a un montón de gente en distintos estados de descomposición atravesándonos. Todos salimos corriendo de allí, sujetando a Miriam, y salimos al jardín. Nuestras piernas volaron hasta las rejas, y nos las saltamos como si de un salto de pértiga se tratase. Atravesamos el llamado Peinecillo, (Un pequeño parque que rodeaba al hospital, y al que solían ir todas las pandillas del pueblo) corriendo como locos, hasta que llegamos al jaleo del pueblo. Todos nos metimos en el portal de los pisos de Nacho, que vivía enfrente, y nos pusimos a reflexionar sobre lo que había ocurrido. Fue imposible tranquilizar a Miriam, y nunca nos contó lo que vio. Nunca hemos vuelto a colarnos, y ahora nos hemos convertido en esa gente que se cambia de acera al pasar por al lado…

— Via Creepypastas

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