La leyenda de la ahorcada María

Allá afuera
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Durante muchos años y según consta en las actas del antiguo convento de la Concepción, las monjas enclaustradas en tan sombrío lugar, sufrían las apariciones de una blanca y espantable figura en habito de monja, colgada de uno de los arbolitos de durazno. Cada vez que alguna de las novicias cruzaba el patio por las noches, y se detenía a mirarse en las cristalinas aguas de la fuente que en el centro había se topaba con aquello. Tras ellas, balanceándose al soplo ligero de la brisa nocturnal, veían a la novicia pendiendo de una soga , con sus ojos salidos de las órbitas y con su lengua fuera de los labios retorcidos y resecos; sus manos juntas y sus pies apuntando hacia abajo. Las monjas huían despavoridas clamando a Dios y cuando volvían acompañadas de la madre superiora, aquella horrible visión se había esfumado. Sucedió así por varios años, noche a noche y monja tras monja, el fantasma de la novicia colgaba del durazno espantándolas a todas, haciendo que sus rezos, misas y penitencias valieran poco para alejar la visión macabra de su jardín.

La fantasmal aparición de aquella monja ahorcada, quería solamente que se supiera la verdad de lo sucedido muchos años antes, cuando la joven y bella doña María de Ávila, perteneciente a lo mejor de la sociedad de su tiempo se enamoró de Joaquín Urrutia, un hombre de posición social muy inferior a la suya y que trataba de convertirla en su esposa para así ganar mujer, fortuna y linaje. Los hermanos de María (Gil y Alonso) descubrieron las intenciones del joven, y sabiendo que solo lo movía la ambición, le ofrecieron una buena cantidad de dinero con la condición de que se fuera definitivamente de la ciudad; el joven aceptó y se marchó sin despedirse de la mujer que tanto lo amaba.

Esto sumió a María en una profunda depresión. Finalmente, viendo tanto sufrir y llorar a la querida hermana, Gil y Alonso decidieron convencerla para que entrara de novicia al convento de la Concepción diciéndole que Urrutia jamás regresaría a su lado, pues había muerto. Sin mucha voluntad doña María entró al convento, sin dejar de llorar su pena de amor.

Se dice que al descubrir la traición de todos sus seres queridos, tomó un cordón, y caminó hasta la fuente donde se reflejó por última vez, ató la cuerda a una de las ramas del durazno y rezó pidiendo perdón a Dios por lo que iba a hacer, y sin pensarlo dos veces se lanzó golpeando sus pies en el borde de la fuente. Y allí quedó, balanceándose como un péndulo blanco movido por el viento. Encontraron el cuerpo tieso de María colgando. Dado que se trató de un suicidio, no pudo ser enterrada en tierra consagrada, de acuerdo a las disposiciones católicas

Un mes después, una de las novicias vio la horrible aparición reflejada en las aguas de la fuente. A esta aparición siguieron otras, hasta que se prohibieron las salidas de las monjas a la huerta después de la puesta de sol. Al deducir que el alma de la joven andaba penando , las autoridades comenzaron a investigar, tomando por culpables a los hermanos Ávila, pues habían sido ellos los que de alguna manera encaminaron a María a terminar con su vida.

Así que los juzgaron y sentenciaron a muerte, el 16 de julio de 1566, los dos fueron degollados. La casa donde vivieron fue destruida y arada con sal, ya que de acuerdo con algunas costumbres de la época, ésa era la única forma en que el alma de la moja pudiera descansar en paz.

Pero el fantasma de María continuaba apareciéndose en el árbol de duraznos o en las aguas de la fuente. Finalmente, se decidió talar el duraznero y destruir la fuente. Se pensaba que de esta forma todo terminaría, pero no fue así: el fantasma de la ahorcada María siguió apareciendo , esta vez, pendiendo del aire en donde una vez estuvo el árbol de duraznos.

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