La mansión de la sombras

El Puente Negro
El Puente Negro

-Esa casa tiene más de cuatrocientos metros cuadrados y solo está a una hora de nuestros trabajos -dijo Henry a su novia, mientras señalaba el anuncio del periódico.

-Piden muy poco – replicó Selene -. Fíjate, está amueblada y solo piden 500 libras al mes. Eso es una estafa, olvídalo.

-Podemos ir a verla, tiene que ser una pasada.

-Bueno, por verla no vamos a perder nada. Pero yo había pensado algo más cerca.

Henry y Selene se iban a casar dentro de un año y estaban desesperados por irse a vivir juntos. Ambos vivían con los padres de Selene, la convivencia no era mala pero sí sumamente incómoda. Cuando llegaban a casa encontraban su cuarto ordenado y eso significaba volverse locos buscando el nuevo sitio que habían buscado los padres para todas sus cosas. No tenían mucho tiempo para limpiar y por ello la madre de ella lo hacía con todo el amor del mundo. Pero esas cosas solo aumentaban la tensión cuando alguna cosa importante desaparecía o algunas cosas muy privadas aparecían movidas de sitio. Por ello se decidieron a alquilar un apartamento pequeño sin que fuera muy caro. Ninguno de los dos sueldos daba para mucho. Aunque en realidad el motivo principal era que Henry no soportaba vivir bajo las normas de nadie que no fuera ella y desde el primer día querían una casa para ellos dos, solos.

Llamaron por teléfono y les respondió una mujer mayor muy simpática que vivía a varios kilómetros de la casa. Se ofreció a enseñarles la “mansión” a cualquier hora de la mañana. Como ambos trabajaban no podían visitarla a esa hora de modo que Henry se quiso despedir de la anciana cortésmente.

  • Verá, tiene que ser por la mañana porque es cuando está el mozo de la piscina. Él es el que tiene las llaves de la mansión.

  • ¿Piscina? ¿Es que tiene piscina?

  • Oh, ¿no se lo había mencionado? Es una piscina climatizada. También tiene una pista de tenis en el jardín pero eso no era relevante y no lo incluí en el anuncio. ¿Cuándo quieren venir a verla?

  • Mañana – dijo Henry, sin pensar -. ¿A las doce le viene bien?

  • Estupendo, a las doce en punto les veo.

Selene se quedó mirando a Henry, estupefacta.

  • Tiene piscina climatizada, un mozo la cuida regularmente y además tiene pista de tenis. Corazón, es la casa de nuestros sueños.

  • ¿Y no te parece raro que esté sin alquilar una casa tan maravillosa y barata? – refunfuño Selene -. Tiene que ser un timo.

  • Solo imagina la cara de tus padres cuando nos vean vivir en un palacete con piscina. Se acabaron los comentarios estúpidos de que tengo un trabajo de mierda. No podrán repetir que soy un fracasado.

  • No quiero ir a una casa para impresionar a mis padres, además, mañana trabajo así que si quieres ir a verla tú solo…

  • Cariño, di en el trabajo que tienes un familiar enfermo. Es importante para mí que vengas conmigo, tú sabes ver cosas que yo no veo. A mí me da igual que sea un mueble nuevo que viejo… Uno negro que blanco…

  • Está bien, veré qué puedo hacer.

Resultó que Selene no tuvo ningún problema para poder irse aquella mañana, siempre y cuando compensase las horas en los días siguientes. Llegaron al coche a través de un viejo camino rural. La casa era enorme y estaba rodeada de robles. El día luminoso hacía que pareciera el mismísimo palacio de Versalles. Selene estaba tan impresionada que no pudo cerrar la boca desde que tuvo la casa a la vista.

  • Es impresionante – dijo ella -. Cariño, vamos a mudarnos mañana si aún está disponible.

  • Hay que verla por dentro, mujer, no te precipites. Aparcaron junto a la puerta y esperaron pacientemente. Habían tardado 45 minutos desde la casa de los padres de Selene, en pleno centro de Londres. No habían encontrado atasco pero era lógico, a esas horas todo el mundo estaba ya trabajando. Al cabo de diez minutos eternos llegó a la casa un lujoso rolls royce negro brillante. Era una antigualla pero estaba impecablemente limpio. Cuando aparcó al lado de su Volkswagen se bajó el conductor, que ni siquiera les miró, y se dirigió con prisa pero sin apresurarse a abrir la puerta de atrás del vehículo.

Salió una mujer vestida con un traje de los años cincuenta, muy elegante y a la vez muy antigua. Se diría que había salido de una película de Katharine Hepburn. Su pelo era rizado y claramente teñido de color rojizo. Sus arrugas habían sido suavizadas por alguna que otra operación estética y el resultado era, ciertamente, pobre. Si pretendía disimular su edad, no lo estaba consiguiendo. Debía rondar los setenta años. Caminaba con ayuda de un bastón con mango dorado aunque disimulaba muy bien que podía caminar casi sin su ayuda.

  • Usted es la interesada en la mansión – dijo la mujer. Su voz era más joven de lo que su aspecto decía.

  • Nos encantaría verla – dijo Selene.

  • Me llamo Gilda Isabel Lafuente, síganme – le tendió la mano y Selene se la estrechó -. Lamento tanto haber tenido que dejar la residencia… La heredé de mi padre y él de su padre. Tenemos un largo árbol genealógico. Mis genes pertenecen a estas cuatro paredes.

  • ¿Por qué razón dejó de vivir aquí? – inquirió Henry, curioso.

Selene le soltó un codazo en las costillas y le susurró avisándole que no fuera impertinente. Podía tomárselo a mal y luego no les alquilaría el palacio.

  • Buena pregunta – dijo ella, con tristeza -. He vivido demasiado tiempo ahí encerrada. Tuve tres hijos y todos se han marchado a otro país, por lo que ya no los veo con la frecuencia que me gustaría. Mi esposo murió cuando todos eran niños. Tenemos una pequeña fortuna familiar y, francamente, no necesito alquilarla. Me he desplazado al centro para olvidarme de todos los fantasmas que hay en la casa, mis hijos ya no están, mis nietos ya no vienen a verme. Necesito salir de esos tristes muros.

  • ¿Fantasmas? – preguntó Henry, sorprendido.

Un nuevo codazo en sus costillas le silenció del todo. Luego Selene le susurró: Solo es una forma de hablar.

  • Lo entiendo – dijo Selene, en voz alta, con una sonrisa compasiva.

  • Decidí alquilarla por mantener al servicio, son tiempos difíciles y no quiero despedir a nadie. Así les servirán a ustedes. Dijo todo eso tan alto que sin duda la habían escuchado hasta los vecinos de en frente, que estaban a más de cincuenta metros, a sus espaldas.

  • Lo siento, señora, no tenemos dinero para pagar a ningún empleado – intervino Herny, carraspeando.

  • Oh, pero si no tienen que pagarles. Ya me ocupo yo de eso – dijo la mujer, quitándole importancia.

  • Pero dejémonos de preámbulos, pasen y conozcan su nuevo hogar. Me agradan, ¿saben? Sé que les va a encantar la casa así que permítanme que les hable como si ya se fueran a quedar.

  • Es usted muy amable – dijo Selene, sonriente.

La verdad es que a ella le estaba empezando a encantar la idea de vivir allí. Era un sueño hecho realidad. Vivir en un palacio pagando un alquiler normal y corriente y sin pagar impuestos por semejante propiedad. Esa mujer debía pagar mucho, probablemente más de lo que les estaba pidiendo de alquiler. Entraron en el caserón y las puertas se abrieron sin emitir un solo chirrido. A pesar de lo vieja que era la casa, todo estaba impecablemente conservado. Eso sí, los adornos parecían del siglo XIX pero todo estaba brillante y reluciente.

  • Es preciosa – dijo Selene. Henry miraba los cuadros de las paredes asombrado.

  • Esa soy yo – dijo la mujer, hace cincuenta años, naturalmente.

  • Vaya, era usted una preciosidad – alegó él sin entender el nuevo codazo que le daba su futura mujer.

  • Tú eres más guapa cariño – se disculpó él. Selene le miró aún más enojada y le susurró: Nunca digas a una mujer lo guapa que fue.

  • Lo siento – volvió a disculparse Herny, colorado.

  • Cariño, estamos en una mansión con muchísima clase. Tenemos que comportarnos con clase para que nos la quieran alquilar, ¿entiendes? No me avergüences más y por favor, no vuelvas a abrir el hocico- siguió sermoneando ella, entre susurros, aprovechando que la mujer se había adelantado unos metros.

  • No te preocupes, no abriré la boca – dijo él, sumiso.

Dicho eso se volvieron a acercar a la anciana, que abrió una de las habitaciones de la planta baja. La primera a la izquierda, según entraron. Al verla se quedaron impresionados y boquiabiertos.

  • Esta es la biblioteca – dijo la mujer -. Cuántas veces habré visto a mis hijos sentados allí en ese sofá, leyendo o jugando con sus hijos… Cuánto dolor… Lo siento, deben perdonarme, esta casa tiene tantos recuerdos…

  • Es natural – dijo Selene.

  • Sigamos a la siguiente… – la mujer ni siquiera entró en la biblioteca.

La siguiente habitación estaba justo debajo del ala izquierda de la gran escalera. Por dentro la casa no parecía tan grande aunque claro, solo estaban viendo el pasillo. Éste estaba decorado con cuadros con gruesos marcos de madera dorada. En ellos había diversos retratos de la familia donde podía leerse el nombre y el año de nacimiento de cada uno de ellos. Había uno especialmente llamativo con barba espesa blanca que le tapaba casi toda la cara. Sus cejas eran tan pobladas que se juntaban con el cabello canoso. Su mirada tenía algo de siniestra, como todos los cuadros. Sin embargo no le dieron más importancia porque toda la casa tenía ese aire antiguo siniestro. Entraron en la siguiente estancia y era una preciosa sala de estar con varios sillones y una televisión de plasma en el centro. Alrededor había numerosos armarios de época llenos de cristalerías suntuosas y seguramente caras.

  • ¿Podríamos utilizar todo esto? – pregunto Selene, abrumada.

  • Por supuesto querida, esta es tu casa. Vamos a ver la siguiente. Cuando la mujer salió Henry susurró algo al oído de Selene.

  • Claro, y si se rompe una copa nos costará un riñón si queremos reponerla.

  • Cállate – respondió ella, sonriendo.

Cruzaron por debajo de la escalera y tuvieron ocasión de ver un enorme tapiz que adornaba la pared por un lado, con una escena de venados en un bosque y en la que sujetaba la escalera vieron unas puertas antiguas, como de un armario. Cruzaron hasta la habitación que daba a la parte de atrás de las escaleras y vieron que se trataba de la piscina climatizada.

Una piscina perfectamente limpia de más de quince metros de largo y al menos cinco de ancho, con cristalina agua azul cielo y con grandes ventanas que permitían el paso de la luz. Tenía tumbonas a los lados y junto a las ventanas había plantas de interior bastante bonitas. El brillo diamantino del agua hizo que la emoción de Henry aumentara el latido de su corazón.

Con esa piscina ya no tenía ninguna duda, quería la casa y si por cualquier razón al final no se la daban, se llevaría un disgusto. Apretó con fuerza la mano de Selene y ésta le devolvió una mirada sonriente, pletórica. Nunca la había visto tan feliz y tan bella, quiso besarla pero no lo consideró oportuno con la dueña tan cerca.

  • No puedo ver la piscina – dijo la anciana desde la puerta -. Lo siento, veo a mis netos ahí nadando, chapoteando, saltando al agua, gritando y jugando a la pelota… y duele demasiado. Sigamos.

Salieron por otra puerta y entraron en la siguiente habitación. Un inmenso comedor con una mesa que lo cruzaba de lado a lado. Había sillas para todo un equipo de fútbol. A los lados había muebles con diversas fuentes de plata, cristal y blancas de porcelana. Los platos eran tan antiguos como la casa y todos eran blancos con bordes dorados. Las cuberterías estaban en cajones, como les mostró la mujer y por su brillo debían ser de oro blanco.

  • No les faltará de nada. Pueden venir a vivir aquí mañana mismo si lo desean.

  • Yo me quedaría ya hoy – susurró Henry, creyendo vivir un sueño.

  • Tenemos que ir a por nuestras cosas – respondió Selene, como si le molestara tener que marcharse de allí. La mujer salió del comedor y fue a la siguiente sala.

  • Aquí es donde mi marido se pasaba las horas muertas mirando por la ventana, antes de morir – dijo la mujer.

Entraron a lo que antes se denominaba sala de hombres. Allí era donde se reunían después de comer. Había mesitas y diversos sillones de cuero. Se olía el aroma viejo de múltiples pipas… Pipas que estaban en sus estuches de madera, repartidos por toda la habitación a modo de colección. Las paredes estaban forradas con tapices y varias lámparas daban un aire hogareño al recinto.

  • Muy bonito – dijo Henry, sin saber qué decir.

  • Siempre les gusta este sitio a los hombres – dijo la dueña, como en una queja -. Hace años que nadie entra en esa habitación. Ahora vamos al piso de arriba.

Salieron y subieron las escaleras de mármol negro. A pesar de todos los años que tenía la casa, cada milímetro cuadrado estaba perfectamente conservado y daba la impresión de que seguiría igual aunque pasaran quinientos años más. Arriba vieron un largo pasillo al final de la escalera y a ambos lados varias habitaciones. Todas eran más o menos igual de grandes. Entre una y otra había un cuarto de baño por lo que todas estaban aisladas de cualquier sonido. Los baños eran más grandes que los de su propia casa y contaron cuatro en total. Cada uno con una bañera tan grande como una cama. El lujo era una constante, miraran donde miraran.

  • Arriba está el desván – dijo la mujer, señalando a la escalera del fondo del pasillo -. Les recomiendo que no suban. Allí no entran los del servicio sino para meter cosas viejas y está hecho un desastre.

Las escaleras giraban y se perdían en la altura sin que pudieran ver la puerta. Tenía algunas ventanas con la forma de una “I” latina y apenas tenía luz. Tampoco vieron bombillas ni lámparas en toda la subida.

  • Siempre es bueno saber que podemos guardar trastos viejos – dijo Henry.

  • El polvo me da asma así que no recuerdo cuándo fue la última vez que subí ahí – replicó cortante la señora.

  • Oh, no quise decir que fuéramos… Selene le dio un codazo de propina. Esta vez no le dijo nada porque él mismo sabía que había vuelto a decir algo inadecuado.

  • Así que ya está, la casa está como nueva. ¿Les ha gustado? Bajaron por la escalera hasta situarse en la puerta de entrada.

  • Más que eso señora… – Selene dudó -. Por cierto, ¿cómo se llamaba? Soy fatal para los nombres.

  • Gilda – respondió la mujer-. Hermenegilda, en realidad, una broma de mal gusto de mis padres, lo sé. Pero me gusta Gilda. Aunque mi nombre completo es Hermenegilda Isabel Lafuente.

  • Mi nombre es Selene y él es Henry. Nos ha encantado la casa Gilda, nos la quedamos si es que no tiene en mente a otros inquilinos.

  • Sois los primeros que venís y me corre prisa alquilarla. Podéis venir mañana mismo, si queréis. Le diré al mayordomo que os dé las llaves.

  • Es curioso, no hemos visto a ningún sirviente – dijo Henry.

  • Así es como debe ser. Un sirviente solo debe estar cuando se le necesita, el resto del tiempo debe ser invisible.

  • Oh, entiendo – dijo Henry.

La mujer dio tres palmadas y apareció un mayordomo vestido con smoking por la puerta del comedor.

  • Entrégales las llaves, Carl. Se quedan.

  • Bienvenidos – dijo el hombre, un cincuentón delgado y con rostro serio y estirado. Era el típico mayordomo inglés de las películas de terror. Sacó una llave de su bolsillo y se la entregó. Era un trozo de hierro del tamaño de un dedo de una mano que pesaba casi un kilo, a juzgar por el chico. Henry la cogió y no supo muy bien dónde meterla. Finalmente usó un bolsillo interior de su chaqueta.

  • Pasen por aquí a firmar el contrato – dijo Gilda, con cierto tono de prisa.

  • ¿Firmar?, ¿ya? – replicó Henry.

  • ¿No querrán venir sin un contrato?, tendría que llamar a la policía – renegó Gilda de nuevo.

  • A esta mujer no le caigo bien – siseó Henry al oído de Selene.

  • Por suerte yo sí – dijo ella guiñándole el ojo -. Ya sabes, cierra la boquita. Estás más guapo. A veces pienso que mudito te querría más.

  • Pero yo no he dicho nada…

  • Cállate – ella presionó con su dedo índice en los labios de Henry y él no continuó hablando.

Siguieron a la mujer a la biblioteca y leyeron el contrato detenidamente.

  • Oh, veo que nos dejarían tener perro – dijo ella.

  • Solo si no pesa más de diez kilos – replicó Gilda -. Y los cachorros al jardín.

  • Que bien, cariño, podemos tener un perrito. Lo vamos a necesitar para que esto no parezca tan vacío.

Henry asintió sin decir nada. Ver esa pluma tan cerca del contrato le ponía nervioso. Quería firmarlo desesperadamente, mudarse con todas sus cosas al día siguiente y estrenar esa preciosa piscinita de agua templada y cristalina parecía un sueño. Los dedos de Selene se posaron en la estilográfica y la deslizó suavemente sobre el papel dibujando su nombre en el espacio de las firmas. Luego cogió la pluma y firmó él. Al hacerlo sintió que había cumplido un sueño, pero uno sueño tan ambicioso que nunca en realidad lo había llegado a tener. Era como tenerlo y vivirlo al mismo tiempo.

  • Están en su casa – sentenció Gilda -. Si Dios quiere, nos veremos el año que viene para renovar el contrato. Aquí tienen la cuenta a la que deben hacer el ingreso mensual. No se olviden de abonar la fianza, de un mes, antes del fin del mes en el que estamos. Sino tendré que decirles a mis abogados que traigan al hombre del frac. Ha sido un placer conocerles. Les entregó una hoja con todos los datos bancarios y Selene asintió, emocionada.

  • Igualmente, hasta el año que viene, entonces – dijo Selene. Cuando salieron de la casa y se metieron en su coche ambos se quedaron mirando la fachada durante un instante antes de soltar un largo suspiro. Henry arrancó y cuando puso la mano sobre la palanca de las marchas sintió el suave roce de la mano de Selene sobre la suya. La miró y la vio sonriente, con su largo pelo negro cubriendo una parte de su cara pero tan radiante que pensó que nunca la había visto tan bella.

  • Te haría el amor aquí mismo – dijo ella. – Eso no tienes ni que pedírmelo – replicó él. Se quedaron mirando unos instantes hasta que vieron alejarse el coche de la señora. Una vez se sintieron seguros de cualquiera que pudiera verlos echaron el asiento de ella hacia atrás y se abrazaron llenándose de besos y sudando por todos sus poros una pasión desbordada. La felicidad se materializó en un acto de amor lleno de pasión desesperada.

Invitaron a los padres de Selene a conocer la casa, de paso que les ayudaban a llevar las cajas. No tenían mucho que mover pero, entre ropa, objetos personales y algún aparato que habían comprado juntos, llenaron hasta los topes la camioneta alquilada para el traslado.

  • Hija, es impresionante – dijo la madre -. Hasta podríamos venir a vivir aquí y vender nuestra casa.

Henry carraspeo sonoramente y Selene le miró con preocupación.

  • Mama, por favor, necesitamos vivir solos, intimidad y todo eso que no hemos tenido por estar con vosotros.

  • Ya lo sé, hija, era broma. Aunque dijo eso, era obvio por la expresión de su cara que estaba bromeando, pero no tanto. El padre miraba cada detalle de la mansión ensimismado y sin decir nada. Después de meter todas las cajas en la mansión comieron en el gran comedor y ante el asombro de todos, la comida estaba servida aunque no vieron a ningún sirviente. De algún modo habían visto cuántos eran y le habían puesto plato a cada uno de ellos.

  • Parece que somos miembros de la realeza – dijo la madre -. Y el cocinero tiene un gusto exquisito.

  • Me pregunto cuánto os cobrarán cuando pasen la factura de la comida y los sueldos del cocinero.

  • Papá, eso va a cuenta de la dueña – replicó Selene.

  • Sí, claro, la dueña os paga la comida a diario. Eso no te lo crees ni tú – replicó el padre.

  • Supongo que tiene razón tu padre, imagino que tendremos que llenar la nevera de vez en cuando.

  • Bueno, supongo… pero no sé donde está la nevera- replicó ella.

  • Todo esto me huele a broma de mal gusto. Seguro que hay una cámara oculta vigilando vuestras reacciones. No puede ser que una casa tan magnífica, que se podría alquilar por no menos de cuatro mil libras, sea vuestra por 600.

  • Son 500 libras, papá – Rectificó Selene.

  • ¿Quinientas? Esto es una estafa te lo digo yo. Ni los pisos donde vivimos los alquilan por tan poco dinero. Hija, no firmes nada de lo que puedas arrepentirte.

  • El contrato ya está firmado y no hay nada que temer. El padre siguió discutiendo sobre la veracidad de aquel alquiler hasta que se terminaron la comida. Cuando comieron el postre la madre de Selene comenzó a recoger los platos. Fue hacia la cocina y llamó delicadamente con los nudillos. No obtuvo la menor respuesta. Trató de abrir la puerta pero estaba cerrada con llave.

  • Qué raro, ¿se habrán marchado?

  • Tendrán que comer, mamá – dijo Selene, aburrida -. Déjalo, lo recogerán cuando nos marchemos de aquí, su trabajo consiste en que no les veamos hacer su trabajo y son muy eficaces en ello.

  • Denigrante – protestó el padre-. Increíble que por quinientas cochinas libras tengan estos lujos. Os acostumbraréis a no cocinar y esto no durará para siempre. Al final os arrepentiréis, no es natural y esto no es independizarse. Es como estar con nosotros pero sin nosotros. Henry se mordió la lengua aunque le hubiera encantado decirle que hubiera preferido cocinar y limpiar él antes que seguir bajo su mismo tiempo.

  • ¿Es que solo sabes ver problemas a todo? – protestó Selene.

  • Lo siento hija, no me fío de estas cosas.

  • Ya lo has repetido doscientas veces – le regaño su esposa.

Después de aquella comida los padres de Selene se despidieron y se marcharon en su coche. Henry y Selene fueron a devolver la camioneta a la agencia de alquiler y regresaron juntos en el coche.

La oscuridad no favorecía a la mansión que con solo verla daban escalofríos. Al no conocer la casa, cuando abrieron la puerta necesitaron usar sus teléfonos móviles para tener luz suficiente hasta que encontraron el interruptor. No se separaron ni un segundo porque Selene estaba aterrada con tan opresiva oscuridad. Al encenderse las dos luces del pasillo no se diluyó el ambiente tétrico en absoluto. Al contrario, iluminaba únicamente las paredes con bombillas amarillentas que provocaban sombras fantasmagóricas con las columnas.

  • Parece una de esas mansiones de películas de terror – dijo Selene.

  • Es la misma casa increíble que vimos esta mañana – la tranquilizó Henry.

  • Que pícara la vieja… Por eso quiso quedar a medio día y no por la tarde noche, después de nuestros trabajos. Si la veo así de oscura no la alquilo ni borracha.

  • Mujer, es cuestión de añadir nuevas luces que alumbren todo. Esta iluminación debe tener más de cuarenta años desde que se instaló.

  • Y no lo hicieron muy bien, que digamos – dijo ella. Subieron por las escaleras a ver la planta de arriba y al encender la luz del pasillo de arriba Selene dio un brinco del susto. Justo al lado del interruptor había una armadura de acero que parecía una persona.

  • ¿Esto estaba antes aquí? – preguntó, alterada.

  • Seguramente – respondió Henry -, no me acuerdo. Tranquilízate, ya iluminaremos esto a nuestro gusto.

  • Y yo que venía pensando en darme un baño en la piscina de abajo antes de dormir… pero ni sueñes que pasearé por la casa y menos desnuda, como estabas imaginando. Imagínate, los empleados viven aquí y no dan señales de vida. ¿Podrían estar espiándonos? ¿Cómo sabemos que no nos ven? Esos tíos sabían cuántos éramos cuando pusieron la mesa.

  • Te estás volviendo una paranoica. Tranquilízate, mujer. Es solo tu miedo crónico a la oscuridad, mañana lo veras todo de otro modo.

  • ¿Por qué no hicimos caso a mi padre? No debí firmar tan rápido – se regañó a sí misma ella.

Henry sacudió la cabeza desesperado. Era inútil tratar de tranquilizarla.

  • Te propongo algo… Vamos a la camita, nos desnudamos y nos escondemos en esas sábanas de seda y hacemos el amor toda la noche. Mañana mismo llamaré al electricista para que venga a ponernos una iluminación propia de nuestro siglo, ¿te parece?

  • Está bien, pero no sueñes que me alejaré de ti ni cuando vayas al baño.

  • No te voy a discutir eso. No pienso perderte de vista. Atravesaron el pasillo, Selene abrazada con fuerza el brazo de Henry y entraron en la primera habitación de la izquierda. Según abrieron la puerta vieron la silueta de una mujer recortada en la luz que entraba por la ventana. Selene chilló con todas sus fuerzas y Henry encendió la luz lo más rápido que pudo. Teniendo en cuenta que no sabía dónde estaba el interruptor el grito de Selene fue tan largo que le dejó medio sordo. Cuando al fin hubo luz de una triste bombilla situada encima del escritorio, vieron que se trataba de un maniquí que se usaba para colgar la ropa sin que se arrugara. Selene estaba tan nerviosa que no podía dejar de temblar.

  • Tienes que calmarte – dijo Henry, con paciencia infinita -. No hay nada que temer, es la misma casa increíble que vimos esta mañana.

  • Te juro que la vi moverse – dijo ella, aterrada.

  • Pues sería el viento – replicó él, quitándole impotencia.

  • Cariño, no quiero vivir aquí… Siento que esta casa está llena de malas vibraciones.

  • No digas tonterías, en cuanto haya luz suficiente dejarás de decir esas cosas.

  • ¿Me dejarías dormir con todas las luces encendidas?

  • Pues claro que no, eso es una locura. ¿Sabes el gasto que puede tener esta casa? – No podré dormir con la luz apagada – dijo ella, castañeando los dientes.

  • Sí podrás. Yo estaré contigo y mañana te reirás conmigo por este ataque de pánico que te ha entrado. Se desvistieron y se metieron en la cama. Estaban agotados por tener que empaquetar sus cosas tan deprisa y luego el traslado de su casa a la camioneta y de la camioneta al hall de entrada de la mansión. Ni se les pasó por la cabeza bajar a colocar nada, ni siquiera para sacar sus pijamas. Se acurrucaron en sus camas, abrazados y tratando de dormir. Sin embargo, al poco rato Henry se tuvo que soltar del abrazo de Selene y le dijo que necesitaba ir al baño.

Selene no le soltó ni un instante y le siguió. Entraron en el baño y se cepillaron los dientes y todas esas cosas cotidianas que son necesarias antes de dormir. Al salir al pasillo escucharon pasos en el piso de abajo. Selene apretó con fuerza el brazo de Henry, que ya empezaba a acostumbrarse a cargar con ella por todas partes.

  • ¿Qué pasa? Seguro que son los del servicio.

  • ¿Y cómo sabemos que no son ladrones? Podrían entrar y llevarse nuestras cosas.

  • ¿Quieres que baje a ver? – preguntó él.

  • Ni se te ocurra, al menos sin mí.

  • Bajaremos los dos.

  • ¿Tienes miedo de bajar solo? – acusó ella, medio en broma -. Admite que estás tan asustado como yo.

  • No – replicó él -. No tengo miedo, pero ¿te quedarías tú sola aquí?

  • No.

  • Entonces vamos. Quiero acostarme pronto que hay que madrugar para llegar a trabajar. Bajaron por la escalera y encontraron que la planta baja volvía a estar a oscuras.

  • Alguien ha apagado la luz – dijo ella.

  • El servicio, como siempre, tan eficiente – contestó él, dando por zanjado el misterio. Volvieron a su cuarto y se metieron en la cama. Esta vez se quedaron dormidos casi al instante hasta que el resplandor del Sol entró por la ventana y les despertó.

Un nuevo día les daba los buenos días y con él todas las sombras y miedos escondidos en las esquinas desaparecieron por completo. Se cambiaron rápido, se asearon, se ducharon, cada uno en su baño y cuando bajaron al comedor se encontraron la comida puntualmente preparada para desayunar: Huevos revueltos con bacón, tostadas, zumo de naranja, café con leche y una bandeja repleta de panes de leche recién salidos del horno.

  • Umm… esto es vida – dijo Henry, relamiéndose.

  • Si desayunamos todo esto terminaremos tan gordos que no subiremos las escaleras ni con grúa – dijo Selene.

  • Come lo que te apetezca, los sirvientes comerán el resto.

Desayunaron hasta hartarse y se fueron al coche, listos para trabajar. Henry llamó a un electricista que conocía de toda la vida y le pidió que por favor le hiciera un presupuesto por iluminar una casa. Éste le dijo que estaría esa misma tarde en la casa para evaluar lo que les podría costar. Henry le pidió que llevara algún material provisional ya que no querían pasar tanto miedo por la noche y el electricista le dijo que llevaría un par de focos. Henry le pidió que por favor llevara al menos diez.

La noche llegó y el electricista no apareció. Henry se impacientó a las nueve y le llamó pero no cogió el teléfono. Cenaron, como la noche anterior, iluminados tan solo por un viejo candelabro con siete velas que iluminaban a duras penas la mesa con la comida y con poca intensidad las paredes y cuadros fantasmagóricos del comedor. Aún entraba algo de luz por las ventanas así que no encendieron nada.

Selene juraba que todos esos retratos no le quitaban los ojos de encima pero no dijo nada. No quería discutir con Henry. Se hizo de noche mientras cenaban y cuando terminaron él quiso dar la luz para volver a su habitación. La luz del candelabro se estaba volviendo macabra. El peor de los temores de ambos se confirmó.

  • No hay luz – dijo Henry.

  • Oh, mierda… qué día es hoy – dijo Selene.

  • Día 1, ¿llamaste a la compañía eléctrica para cambiar el contrato? – preguntó él.

-No, lo olvidé, estuve muy liada en la oficina.

  • No fastidies – renegó.

  • Lo siento…

  • ¿Tenemos que pasar una noche aquí sin luz? Hoy no necesitamos tele porque vamos a vivir una película de terror – barbotó Henry.

  • No digas eso, vamos a dormir y ya está. No hay que dramatizar – se defendió ella.

  • Solo digo que si hubiera sido yo quien se olvida de…

  • Ay, cállate, pesado. ¿Me lo vas a recordar toda la vida?

  • Pero…

  • Vamos a dormir y déjalo, mañana llamo sin falta – le cortó Selene, enojada.

Cuando subieron a su cuarto escucharon un sonido nuevo. Era un piano, sonando con fuerza en alguna habitación de la mansión. Selene se abrazó con tanta fuerza al brazo de Henry que le cortó la circulación.

  • ¿Hay un piano aquí? – preguntó ella -. ¿Quién lo está tocando?

  • Mujer, se oye abajo, quizás sea la radio.

  • ¿La radio? Ah, claro una a pilas…

  • Serán los empleados. Ya sabes que no les gusta que les veamos.

  • Si son ellos vete y diles que dejen de tocar. Henry la miró con el ceño fruncido.

  • ¿Quieres que te deje sola con el miedo que tienes?

  • Puede que tenga miedo, pero me da más miedo bajar otra vez ahí abajo.

  • ¿Segura?

  • Vete.

  • Está bien, mujer, no me empujes… Espera, no puedes llevarte tú el candelabro.

  • Enciende tu móvil, ¿no lo usas cuando vas al baño? Eso da luz.

  • Ah Genial. Henry se llevó la mano al bolsillo y lo sacó -. Si oyes un ruido raro no llames a los cazafantasmas, seguro que me he caído por las escaleras, nada más. Si no vuelvo, llama a urgencias, me habré atravesado con alguna espada de esas viejas armaduras del pasillo.

  • Procura no caerte, te espero en la habitación.

Selene no le rió ninguna de sus bromas y se quedó el candelabro de siete velas. Henry se alejó refunfuñando mientras escuchaba el portazo de su cuarto. Aunque aparentemente no tenía ningún miedo, lo cierto es que cuando perdió de vista a Selene en la habitación la luz de su móvil se le antojó insuficiente. Entró en la configuración del teléfono y le puso al máximo brillo.

  • Bueno, al menos veo el suelo – se dijo, susurrando.

Caminó hacia las escaleras y las siluetas amenazantes de las armaduras le flanqueaban el paso. No quiso mirarlas, estaba convencido de que los fantasmas no son más que nuestros miedos liberados. Mirar fijamente una cosa buscando fantasmas terminaría creándolos. Ignoró todas las sombras que se encontraba, asumía que eran sillas, muebles y cuadros. No pretendía hacer mucho más que bajar, llamar la atención al empleado que estuviera tocando el piano y subir. Acostarse y al día siguiente poner en su sitio al cerdo electricista que le había dejado tirado a última hora y cruzar los dedos para que Selene se acordara de llamar a la compañía.

Llegó a las escaleras y agradeció que su mirada se acostumbrara más a la oscuridad ya que podía ver más allá del segundo escalón. Una sombra se movió justo ante la ventana derecha de la puerta. Henry levantó la mirada instintivamente y no vio nada. El recibidor estaba completamente a oscuras, era imposible ver nada. Sin embargo estaba seguro, algo había cruzado frente a la ventana a mucha velocidad y no había hecho el menor ruido.

Henry se había quedado petrificado en el cuarto escalón. Siguió mirando fijamente la ventana por si veía la forma de quien había pasado y estiró el brazo con el móvil apuntando hacia allá. No alumbraba nada, como era de esperar.

  • ¿Quién está ahí? – preguntó-. No pasa nada, si es un empleado a mí no me importa que se deje ver. Estamos bajo el mismo techo. Sus palabras resonaron en la estancia con fríos ecos. Nada ni nadie se movió en la densa oscuridad.

  • Podemos ser amigos – añadió Henry, con tono amistoso. Sin embargo la voz le temblaba. Estaba aterrado.

  • Está bien… – sus pies siguieron bajando las escaleras y antes de llegar a la mitad pudo apreciar mejor la música que estaba sonando en el piano. Era una melodía que alguien practicaba y siempre se cortaba en la misma parte, aleatoriamente se paraba un poco antes y un poco después, pero luego empezaba de nuevo. Estaba claro que no era una radio. Alguien tocaba el piano y lo hacía francamente mal. La música le sonaba, podía ser de Beethoven o Mozart, nunca había sido aficionado a escuchar la música clásica, no le gustaba mucho.

Aunque esa canción que estaban tocando era especialmente horrible, sonaba como un miserere y ponía los pelos de punta. Además se repetía una y otra vez, fallando siempre en la misma parte. ¿Es que no podía pasar de ahí? ¿Por qué no practicaba fragmentos distintos? Quien quiera que fuese era incansable y le estaba desquiciando. Bajó hasta el recibidor, con el móvil en alto, y escuchó atentamente para saber de dónde venía la música. Se había olvidado por completo de la sombra cuando algo le tocó la pierna.

  • Ahh – gritó, aterrado. Saltó y subió al segundo escalón apuntando con la escasa luz de su móvil hacia el suelo. No vio nada pero estaba seguro de que una cosa le había tocado el tobillo. No podía ser una rata ya que era más alto. Era una mano, estaba totalmente seguro, pero, ¿dónde estaba la mano?

  • Maldita sea, si es una broma no tiene gracia – gritó, histérico -. ¿Quién está ahí? Salga ahora mismo o llamo a la policía.

El piano fue el único sonido que le respondió. Cuando decidió que no había peligro en el suelo, volvió a bajar y fue corriendo hasta la puerta del comedor. La música venía de por allí. Entonces se detuvo. No, no era del comedor, provenía de debajo de la escalera. Se acercó a la puerta que daba a la piscina y se dio cuenta de que venía de allí.

  • ¿Hay un piano en la piscina? – susurró.

Agarró el pomo de la puerta y respiró profundamente. Lo que menos le apetecía era entrar en una sala tan grande, en la más absoluta oscuridad, solamente iluminándose con un móvil. Luego pensó que el que tocaba el piano debía tener algún tipo de luz. Abrió la puerta y ésta chirrió poniéndole los pelos de punta. Ninguna puerta de esa casa chirriaba y justo cuando menos ruido quería hacer, esa chirrió. Como suponía, no vio más que algún reflejo en la cristalera del fondo. El móvil a duras penas le iluminaba el suelo que pisaba.

  • ¿Hay alguien? – preguntó Henry.

Al entrar en la sala de la piscina distinguió un candelabro con dos velas. Dio gracias a Dios y las encendió con el mechero. La luz no le reconfortó demasiado porque seguía escuchándose el piano a lo lejos. Sonaba como si alguien tocara en el centro de aquella sala.

  • No puede ser, en el centro está la piscina… y no hay luz. ¿Cómo demonios están tocando? Debe haber una sala… Al resonar su propia voz haciendo fríos ecos, el piano se silenció de golpe y dejó de sonar.

  • ¿Oiga? No pretendo hacerle daño, solo quiero que deje de tocar para que podamos dormir. Estaba seguro de que quien fuera le estaba escuchando. Se acercó al centro de la piscina y buscó el piano por ahí. Sin embargo no había nada, solo un par de tumbonas, unas mesillas y unas estanterías con adornos inútiles. Rodeó la piscina y no encontró ningún piano, ni puerta ni nada más que le llamara la atención. Entonces miró la piscina y vio el agua negra reflejando la luz de las velas. Pensó en que cuando vio esa piscina había deseado bañarse todas las noches, nadar al acostarse y al levantarse, pero esa agua parecía petróleo con la total ausencia de luz. Parecía que saldría de allí un pulpo o un monstruo marino así que se alejó.

  • ¡Qué raro, aquí no hay ningún piano!

Dicho eso la música volvió de repente. Se escuchaba justo delante de él, a escasos dos metros.

  • Es imposible – susurró -. He pasado por ese lado y no hay piano.

Acercó el candelabro al agua y pudo distinguir casi toda la superficie. Allí no estaba el piano. Entonces miró hacia el agua y vio que en el fondo había un bulto oscuro que reflejaba la luz de sus velas de forma distinta. Se agachó sobre el borde de la piscina y aguzó la vista. Lo que vio le dejó frío. En el fondo había un piano y sentada frente a él había una niña de vestido negro tocándolo.

  • No puede ser… – dijo, atónito-. Esto es demasiado…

Aterrado corrió hacia la puerta y la abrió con prisa. Se llevó un susto mayúsculo al ver una armadura justo al salir, a un lado de la puerta. Corría escaleras arriba cuando escuchó el grito de Selene. Subió corriendo las escaleras tropezando en algunos escalones y subiendo a trompicones. Llegó a su habitación y abrió la puerta de golpe. Selene se despertó asustada con el ruido.

  • ¿Qué ocurre? – exclamó Henry alterado y con la mirada de un loco.

  • ¿Qué te pasa a ti? – preguntó ella -. Menudo susto me has dado.

  • Tú has gritado.

  • Estaba dormida hasta que abriste la puerta como un demente.

  • Pues si no gritaste tú…

  • Henry no quiso continuar -. Quizás tuviste una pesadilla y gritaste en ella.

  • Te digo que yo no he gritado.

  • Está bien, cariño, creo que vamos a dormir y no vamos a salir de nuestro cuarto hasta mañana.

  • ¿Quién tocaba el piano? – preguntó Selene, más tranquila.

  • Ehmm… – Henry no sabía cómo explicarle lo sucedido -. ¿Qué piano?

  • El que está sonando todavía. ¿No lo has encontrado?

  • Verás, cariño… ese piano… está en la piscina.

  • Y no te atreviste a entrar.

  • Sí me atreví, y el piano está en la piscina. Henry hizo énfasis en los artículos utilizados pero Selene seguía mirándole enojada.

  • ¿Y? No pudiste entrar.

  • Selene, el piano está en el fondo de la piscina. Y está sonando desde ahí.

  • Muy gracioso. – Te lo juro.

  • Tú lo que quieres es que vaya contigo.

  • Al contrario, quiero meterme en la cama y olvidarme de esta pesadilla. Mañana sin falta llamamos a la compañía eléctrica para que nos den la luz.

Henry se quitó la bata y se metió en la cama. Después de acomodarse él y acomodar la almohada se tapó hasta las orejas con el edredón nórdico y dijo:

  • Hasta mañana, cariño.

Selene se quedó mirándolo durante unos segundos. La luz del candelabro que había traído seguía encendida y estaba sobre la mesita de noche del lado de Henry.

  • Amor – susurró ella.

  • ¿Qué quieres? Duerme – ordenó Henry.

  • ¿No piensas apagar tu candelabro?

  • Oh, claro. Se incorporó y sopló las dos velas. Luego se volvió a acurrucar en la cama y se volvió a quedar inmóvil.

  • No hablabas en serio – supuso ella.

  • Tengo pinta de estar riéndome – respondió él de mal humor.

  • ¿Qué ha pasado ahí abajo?

  • Ya te lo he dicho.

  • Estás demasiado raro para que sea todo lo que has visto.

  • ¿Qué quieres que te diga? He visto una cosa pasar junto a la ventana, luego algo me tocó el tobillo. Pero no sé lo que era. Luego fui a la piscina y vi a una niña vestida de negro tocando el piano en el fondo… y tú no me crees, ¿qué quieres que te cuente? Oh, cariño no he visto nada. Porque si es eso lo que quieres, ya está dicho. ¿Estás más tranquila?

  • Estás cansado, solo has creído ver esas cosas.

  • Sí, debe ser eso – replicó él, abruptamente.

  • ¿Vamos a ver lo que hay abajo juntos?

  • Ni hablar, yo no salgo de esta cama hasta mañana.

  • ¿Vas a dejar que vaya sola?

  • No, tú no te mueves de ahí.

  • Pero Henry, no puedo dormir sabiendo lo que me has dicho. ¿Y si hay alguien en casa?

  • Que se largue, que se lo lleve todo.

  • Podría venir y matarnos mientras dormimos, no puedo dormir así. Henry soltó un suspiro de impotencia. Se incorporó y soltó otro largo suspiro.

  • ¿Y crees que esa persona tan mala que piensa matarnos mientras dormimos va a dejarse intimidar por nosotros si vamos a su encuentro?

  • Somos más y estamos despiertos, lo tendrá más difícil.

  • ¿Y si son varios? – protestó Henry.

  • Al menos estaremos despiertos. No puedo dormir con esa incertidumbre.

  • Cerraremos la puerta con cerrojo, así no entran y se llevan todos esos horribles muebles, armaduras y cuadros que me ponen los pelos de punta. No voy a echar de menos nada. Henry se levantó y fue hacia la puerta. Corrió el cerrojo y volvió a la cama.

  • Pareces un niño pequeño – protestó ella -. Tenemos…

  • Hazme caso por una vez, Selene. Intenta dormir y si no puedes, ponte a leer, haz yoga, tócate, o haz lo que te de la gana pero no salgas.

  • Eres un guarro.

  • Soy inteligente. Sea lo que sea lo que esconde esta mansión, no nos quiere aquí. Mejor será que simplemente no molestemos a los inquilinos nocturnos. Cuando una relación no funciona solo sirve la estrategia de respetar los espacios vitales. El nuestro es esta habitación el suyo es toda la casa.

  • ¿Qué tontería es esa? – protestó ella.

  • Lo que oyes.

  • ¿Crees que son fantasmas? – preguntó Selene, al fin.

  • No, porque creer supone un acto de fe. Algo que puedes elegir creer o no. Puedo creer en que Dios existe o que no existe, puedo creer que tu abuela me tuvo cariño aunque siempre me trató como una sombra tuya, puedo creer cosas que no tengo pruebas, pero lo que he visto es un hecho. No sé si hay fantasmas por ahí, pero sí que hay una niña vestida de negro tocando el piano en el fondo de la piscina. Eso es un hecho. ¿Es una sirena? No lo sé, ni me importa, no quiero hacerme amigo de una niña que toca el piano a esas horas debajo del agua, no es una de las metas de mi vida así que me da igual, que toque, tiene que aprender, así que mejor no la interrumpimos.

  • Quiero verla.

  • No, no quieres.

  • Henry la miró suplicante.

  • Tengo que verla, nunca he visto un fantasma. Debe ser alucinante. Henry se sentó a su lado en la cama.

  • Es increíble- dijo, riéndose -. En serio, no puedo creer lo que oigo.

  • ¿Qué? – replicó ella, seria.

  • Pues que nunca quieres ver películas de miedo porque te dan pesadillas. Nunca quieres ir al cine o meterte en las casas de terror de los parques de atracciones. ¿Por qué sí quieres ver a un fantasma de verdad?

  • Por eso mismo, porque es de verdad. A lo mejor vamos los dos con los candelabros y descubrimos que el piano y la niña es un dibujo del fondo de la piscina. A lo mejor hay altavoces y los del servicio tratan de asustarnos para que nos vayamos. No quiero irme de esta casa, me encanta. Viviremos como reyes y estoy segura de que esa gente no nos quiere aquí. No vamos a dejar que se salgan con la suya. Henry asintió de mala gana y ayudó a Selene a levantarse. Volvieron a encender los dos candelabros y le acercó la bata a ella para que no tuviera frío. Selene se levantó y agarró su candelabro. Henry sostuvo el suyo bien alto y quitó el pestillo de la puerta.

  • ¿Vamos?

Cuando llegaron abajo Henry se sintió ridículo por haber tenido tanto miedo cuando bajó en solitario. Quizás era por que entre los dos llevaban mucha más luz o bien porque estaba acompañado. Lo cierto es que ninguna sombra le sobresaltó y la piscina no parecía tan tétrica como momentos antes. Selene observaba el fondo de la piscina con curiosidad mientras las notas del piano resonaban con fuerza desde el centro de la misma.

  • Henry, está claro que es un efecto sonoro – dijo ella -. Se escucha en toda la sala. Sin duda los altavoces están repartidos de tal modo que parece que suena en el centro de la piscina. Es una broma de mal gusto.

  • ¿Y la niña que toca en el fondo? – dijo él, tratando de verla, alumbrando con ambos candelabros.

  • Debe ser el dibujo del fondo – replicó ella -. Puede que con menos luz te pareciera una niña.

  • Debe ser eso – dijo él, poco convencido.

  • Es eso. Vamos, tengo sueño. Mañana sin falta nos tienen que poner la luz. Verás como lo ves diferente con varios focos iluminando el fondo de la piscina.

Henry aceptó, mucho más tranquilo. La soledad y la falta de luz habían creado fantasmas en su cabeza. Al menos eso se dijo a sí mismo, mientras volvían a la cama. En cuanto viera una ferretería al día siguiente compraría la linterna más potente que encontrara y así se acabarían todos sus miedos. Cuando llegaron a la habitación vieron algo en el interior de la cama, bajo las mantas. Selene se quedó paralizada y Henry dejó de respirar por un instante.

  • ¿Tú también lo ves? Hay un bulto que se mueve bajo las sábanas.

  • Sí… – dijo ella, aterrada. Henry se acercó con mucha cautela, sin hacer ruido con sus pisadas y agarró un extremo de la colcha. Lo agarró con fuerza y tiró de él hasta dejar al descubierto la cosa que había debajo. Se trataba de una forma peluda de color negro que estaba encogida sobre sí misma y se revolcaba sobre las sábanas de forma despreocupada.

  • Ohhhh – dijo Selene, enternecida.

  • Qué diablos – dijo Henry, perdiendo el miedo por completo.

  • Es un perrito. Seguro que esto era lo que viste que se movía en la oscuridad. Selene se acercó al simpático animal y cuando le acarició éste abrió los ojos y movió la cola graciosamente. Se estiró y se dejó acariciar más como si la conociera desde mucho antes.

  • ¿No es mono? – dijo ella.

  • Es una perra, no un perro – señaló Henry, cuando la perrita se dio la vuelta para que le rascaran la barriga y mostró sus numerosas tetillas y su ausencia de pene. Se unió a Selene junto al animal y le acarició el cuello y la panza.

  • ¿Qué hace aquí? – preguntó él.

  • Se habrá perdido, deberíamos llevarla a un veterinario mañana y que nos diga de quién es. Debe tener su chip implantado…

  • Claro, pobrecita, ¿desde dónde habrá venido?

  • ¿Y cómo ha entrado?

  • Puede que sea de los del servicio – apuntó Selene -. Qué raro, no lleva collar.

  • Puede que tengas razón, quizás sea de alguien del servicio.

  • Es una buena ocasión de conocerlos – dijo Selene, feliz -. No me gusta que estén tan apartados y que siempre se escondan. Parecen fantasmas, por eso estamos tan susceptibles.

  • Sí, seguro que es eso…

  • Henry suspiró y se tumbó en su lado de la cama, sin poder apartar a la perrita del centro.

  • Mañana les preguntamos – dijo Selene, acostándose al otro lado. Apagaron las velas y, sintiendo el calor de la perrita junto a sus piernas, no tardaron en dormirse profundamente.

  • Espera un momento – rompió el silencio Henry -. ¿Recuerdas que hablamos de tener un perrito delante de la dueña de la casa? Ella dijo algo de los cachorros pero que sí podíamos tener un perrito adulto. Selene sonrió, acariciando a la perrita detrás de las orejas.

  • Creo que los del servicio son increíbles. Si nos han regalado esta perrita es porque les gustamos.

Con la llegada de las primeras luces del alba Henry vio la casa de otra manera. Lo que antes le provocaba escalofríos, con un baño de luz diurna se convertía en toda una mansión de la que se sentía orgulloso de ser propietario. Lo que antes eran sombras escalofriantes moviéndose en la lejanía, ahora era una graciosa perrita negra de unos ocho kilos, de largos bigotes y graciosa cola juguetona. Estaba convencido de que el origen de todos sus miedos era la oscuridad y el catastrófico error de la compañía de electricidad por no haber cogido bien su número de cuenta.

Una vez en la oficina, se escapó al descansillo de la escalera para poner en orden cuanto antes sus problemas con la compañía eléctrica.

  • Señorita – le dijo a la chica que le cogió el teléfono -. Ayer estuvimos toda la noche sin luz, ¿pueden explicarme el motivo?

  • Dígame su NIF por favor. Henry se lo dio y la chica se mantuvo en silencio unos segundos. Después ella recitó su nombre y apellidos y la dirección.

  • Eso es – dijo Henry.

  • Bien, señor. Al parecer el contrato es correcto y está en vigor desde ayer. Disculpe pero no hay ninguna incidencia.

  • Disculpe señora, no tuvimos luz en toda la noche. Henry empezaba a enojarse, de ahí que de señorita la comenzase a llamar señora.

  • ¿Está seguro de que no saltaron los plomos? Henry se quedó blanco y no respondió.

  • ¿Señor? – No… no estoy seguro. Ni siquiera sabía dónde se activaban los plomos. Se sintió tan avergonzado que no supo qué decir.

  • Bueno, eso explica todo el mal entendido – replicó ella con fingida amabilidad.

  • Muchas gracias, señorita.

  • Henry colgó el teléfono deseando que le tragara la tierra. Tenía que contarle a Selene que ni siquiera había buscado los plomos de la casa. Ni se le había pasado por la cabeza buscarlos.

Claro que no sabía dónde empezar a buscarlos. ¿Estarían en algún sótano de la casa?, ¿dónde estaba la entrada al sótano? Recordar los momentos de terror vividos la noche anterior hacía que pensar en ir a un sótano le pusiera los pelos de punta. Tenía que llamar a la dueña de la casa y no se había llevado el teléfono al trabajo. Lamentó que la gente del servicio no estuviera a su disposición y que aunque les llamara por teléfono nunca lo cogerían. Una vez más se arrepintió profundamente de haberse mudado a esa peculiar casa de los horrores.

  • Un momento – susurró para sí mismo -. ¿Y por qué no activaron los plomos los criados? ¿O fueron ellos los que quitaron la luz?

Aquella deducción le hizo enojarse. No había sido casualidad que saltara el automático; precisamente los altavoces de la piscina seguían funcionando con el único propósito de causarles terror. La gente del servicio les quería fuera de la casa y si seguían así conseguirían su propósito en menos de un mes. De ese modo se quedarían solos. Seguramente ya echaron a la propietaria con artimañas similares.

  • Tenemos que impedir que se salgan con la suya – se dijo Henry, más para animarse que por saber cómo hacerlo.

Esa tarde Selene le pidió que fueran al veterinario más cercano para llevar a su nueva mascota. La perrita les recibió alegremente en la puerta cuando llegaron y se preguntaron qué clase de gente eran los criados, que permitían que su mascota siguiera con ellos sin ir a buscarla. Lo normal habría sido que la hubieran recuperado cuando la casa se quedó vacía, al irse ellos a trabajar.

  • Este animal no tiene chip – aseguró el veterinario -. De algún modo llegó a su casa pero no está registrada. Si lo desean podemos llevarla a una perrera…

  • No, por Dios – dijo Selene -. ¿Podemos quedárnosla?

  • Puede tener enfermedades propias de perros callejeros.

  • Hágale los chequeos oportunos – ordenó Selene -. No la quedaremos entonces. La perrita tenía pelo ondulado y debía ser una mezcla de caniche y doberman pincher. Su alegría era contagiosa con su cola, que se movía tanto que parecía estar a punto de salir volando.

La alegría de tener un nuevo miembro en la familia mitigó el hecho de que al llegar a casa no hubiera luz y tuvieran que buscar durante horas el interruptor del automático. En algún sitio tenía que estar y solo podía ser el sótano o en alguna sala de las que habitaban los del servicio.

Al tener que buscar ambas cosas descubrieron la inquietante realidad de que no había salas de servicio. Solo una vieja puerta en la base de la escalera, que no sabían a donde llevaba. En cuanto a la inexistencia de habitáculos ocultos prefirieron pensar que los empleados entraban y salían o bien tenían habitaciones escondidas a simple vista.

  • La puerta del sótano, supongo – dijo Henry, mirando a Selene, frente a la puerta de debajo de las escaleras.

  • ¡Guau! – dijo la perrita.

  • Ella te ha contestado – bromeó Selene.

Henry encendió la linterna. Aún era de día pero era fácil imaginar que ahí abajo estaría muy oscuro. Cogió el pomo de la puerta y lo giró haciendo crujir la vieja hoja de madera sobre sus goznes. Alumbró la entrada y vio que se veía un habitáculo muy pequeño. Luego alumbró al suelo y vio que unas viejas escaleras de piedra descendían a una oscuridad inofensiva, viéndola desde el comedor iluminado por el sol vespertino.

  • Bajemos – dijo Selene, decidida -. Deben estar ahí abajo.

Henry alumbró hacia abajo y vio que las escaleras morían a escasos tres metros de profundidad. Allí se veía suelo de piedra sin pulir, como una bodega.

  • Mal sitio para poner el automático. Alguien podría matarse al ir a dar la luz – dijo Henry.

  • ¡Guau!, ¡guau!, ¡guau!, ¡guau! – la perrita se puso nerviosa y comenzó a ladrar a la oscuridad. Iba a correr hacia ella pero Selene la sujetó, asustada.

  • ¿Qué le pasa? – preguntó Henry -. Cállala.

  • Ssss – pidió con ternura ella -, ssss, calmante pequeña.

La perrita dejó de ladrar pero comenzó a gruñir a lo que quiera que hubiera en aquella bodega.

  • ¿Hay alguien ahí? – preguntó Henry. El eco le llegó lejano. Fuera lo que fuera eso, no era una estancia pequeña.

  • Genial, yo no bajo ahí… – dijo Henry, agarrando el pomo de la puerta para volver a cerrarla.

  • Ni hablar, vamos a averiguar quién está ahí – ordenó ella, decidida -. No pienso dejar que nos asusten otra vez esta noche.

  • Y supongo que yo iré delante – dijo Henry, asustado.

  • ¿No llevas tú la linterna? – respondió Selene. Henry suspiró rendido. No tenía la menor intención de bajar ahí y más viendo la reacción de la perrita.

  • Deberíamos llamarla “Miedosa” o algo así – sugirió Henry. Se adentró en la estrecha estancia y bajó las escaleras con cautela, alumbrando bien lo más abajo posible.

  • Necesitamos luz – le animó Selene desde atrás. La perrita había dejado de gruñir y ahora que estaba en brazos de ella le lamía copiosamente la cara.

  • Aquí estamos – dijo Henry, una vez se acabaron los escalones -. Vaya, menuda bodega.

Ambos se detuvieron a contemplar lo que veían sus ojos a la luz de la linterna. Allí abajo debía haber cientos de toneles de madera ordenados en filas de más de diez metros de largas. Eran cubas de vino que por su aspecto, debían llevar años sin usarse ya que estaban llenas de polvo y arena. Henry quiso asegurarse y se acercó a una de las cubas. Junto al grifo de madera había un vaso de cristal que parecía de barro por todo el polvo que lo cubría.

Giró la llave, sosteniendo el sucio vaso debajo, por si había vino y el grifo dejó salir un líquido rojizo oscuro como la sangre, pero más fluido. Su aroma era tan fuerte que una vez en el vaso sintió la tentación de probarlo a pesar de haberse ensuciado de arena.

  • Huele bastante bien – dijo Henry -. Si es un vino añejo debe costar un dineral… y con todas las cubas que hay aquí podríamos hacernos millonarios.

  • Olvidas que no es nuestro – alegó Selene.

  • Nadie dice que no podamos beberlo, al menos – respondió Henry.

  • Amor, si quieres bajar aquí a buscar el vino, allá tú. A mí me pone la piel de gallina, hay telarañas por todas partes y quien sabe si no habrá hasta murciélagos, ratones o cosas peores. Esta miedosa gruñía por algo.

  • A lo mejor le da miedo la oscuridad.

  • Deja de perder el tiempo, hay que encontrar los plomos – ordenó ella, nerviosa.

  • A ver – Henry enfocó con su linterna a la pared del fondo de donde bajaba la escalera. En ésta había utensilios del campo llenos de telarañas polvorientas. Luego llevó la luz justo hasta la base de la escalera y vio una caja oscura sostenida de la pared.

  • Allí – dijo éste. Se acercaron y la abrieron con precaución. Dado el estado que estaba aquel sótano, no sería raro que ahí dentro hubiera bichos de todas las clases. Tiraron del asa y vieron dentro lo que tanto buscaban. Cables y fusibles antiguos, tan sucios que daba asco tocarlos.

  • Mierda, esta instalación es de hace más de cincuenta años.

  • Fíjate, ahí están los fusibles de recambio – señaló Selene una cajita de cartón.

  • Son de esos que se ve el filamento. Impresionante, no los veía desde que estuve en casa de mis abuelos hace treinta años.

  • Comprueba todos los que hay puestos. Alguno debe estar fundido. Así lo hizo Henry. Uno a uno los fue extrayendo y limpiando el polvo para comprobar el estado del filamento interior. Los tres primeros estaban bien, el cuarto estaba fundido. Lo cambió por uno nuevo y siguió el escrutinio. Cuando terminó tenía cuatro fusibles fundidos en la mano y la caja de repuestos se había vaciado por completo.

  • ¿Habrá vuelto ya la luz?

  • No sé, aquí desde luego no hay.

  • ¡Guau! – dijo la perrita, como si alguien la hubiera preguntado a ella.

  • ¿Tú crees? – respondió Selene como si la hubiera entendido -. Dice que sí, que nos vayamos para arriba.

  • Ahora entiendes su idioma – se burló Henry.

  • Claro, habla muy bien. Ambos se rieron y acariciaron la cabecita de la perra, que incluso en los brazos de Selene movía frenéticamente la cola.

  • Vamos, funcione o no, aquí no hay mucho más que hacer. Cuando Henry se dirigía hacia las escaleras se escuchó un golpe en alguna de las filas de cubas. Fue un chasquido como una madera rota que les paralizó a ambos por un instante y provocó que la perrita ladrara nerviosamente hacia atrás peleando con los brazos de Selene por que la soltara.

  • Quieta, quieta, cállate, me pones nerviosa y no oigo. Henry alumbró hacia allá y no vio nada.

  • ¿Hay alguien ahí? – preguntó.

  • Si hubiera alguien, obviamente no va a contestar – dijo Selene, nerviosa -. Ve a ver.

Henry caminó hacia la fila donde escuchó el chasquido y cuando llegó apuntó con la linterna desde lejos. Al no ver nada, se metió en la hilera de barriles y Selene le perdió de vista.

  • Ten cuidado – le gritó. El eco de su voz les recordó las enormes dimensiones de esa bodega.

  • Aquí no hay nada, habrá sido cosa de la dilatación – dijo Henry -. En mi casa, cuando vivía con mis padres se escuchaba toda clase de ruidos detrás de la nevera.

  • Entonces vámonos – pidió Selene, que al marcharse Henry con la única linterna se dio cuenta, de repente, que no sabía lo que tenía a su alrededor ya que no veía absolutamente nada. La tranquilidad de la perrita era un consuelo pero no demasiado ya que al parecer ladraba cuando no tenía que hacerlo. La luz de la linterna se aproximó de regreso y cuando salió de la hilera de barriles la deslumbró por un instante.

  • ¡No me alumbres a la cara! – le regañó ella. Como respuesta, la linterna la alumbró dos veces más a los ojos.

  • Estúpido, ¿no me oyes? Cuando llegó a su lado el que llevaba la linterna se alumbró el rostro mostrando una imagen inquietante de la cara de Henry haciendo el tonto como si le hubieran ahorcado.

  • No juegues con asustarme, te lo advierto – dijo ella.

  • Es una broma, mujer. Aquí abajo hay muchas cosas vivas, pero ninguna conspira contra nosotros.

  • Eso es lo más inquietante, ¿no crees? – dijo ella -. ¿Dónde está la gente de servicio?

  • Habrá habitaciones secretas para ellos. – Claro, dónde. – Entre las paredes. – Bueno, vamos arriba a ver si ha vuelto la luz que me pone nerviosa este sitio. Subieron las escaleras y la falta de luz les hizo suponer que no debía haber vuelto. Sin embargo al llegar a la parte más alta se encontraron algo mucho peor. La puerta se había cerrado y no había picaporte en ese lado de la puerta. – ¿Qué pasa? Abre la puerta – dijo Selene al ver indeciso a Henry.

  • ¡Guau, guau! – dijo la perrita, como si tradujera a Henry lo que había dicho Selene.

  • No puedo, está cerrada.

  • ¿Cómo que está cerrada?

  • ¿Recuerdas el ruido? – preguntó él -. Tuvo que ser el portazo.

  • Pero si lo escuchamos en el otro lado de la bodega – renegó Selene.

  • Pues debió ser el eco del portazo.

  • Abre la puerta Henry o te juro que me pondré a gritar como una loca.

  • ¿Crees que me divierto con esto? Es de madera maciza y tiene el marco por el otro lado. Se abre hacia fuera. Me puedo romper el hombro y la puerta no se abrirá.

  • Al menos inténtalo – dijo Selene, comenzando a poner voz histérica.

  • Está bien – aceptó él.

La angustia que sentía el muchacho iba en aumento a medida que su cerebro le decía lo aislados que estaban del mundo y la cantidad de tiempo que podía pasar hasta que alguien entrara en ese sótano. Su corazón se aceleró por el pánico pero trató de canalizar todas sus fuerzas y su rabia en un empellón que fuera capaz de echar abajo los muros de la casa. Lo peor era que apenas tenían espacio para coger impulso y sus primeros intentos parecían de broma. Entonces golpeó con todas sus fuerzas y ni siquiera escuchó un crujido de la madera.

  • Henry, tienes que poner más empeño.

  • No puedo, no hay espacio.

  • Dale una patada.

  • Ni siquiera tengo espacio para estirar el pie.

  • ¡Llama a los bomberos! ¡Haz algo! La perrita comenzó a gruñir y gimotear. Empezaba a estar asustada.

  • No tengo el móvil encima. ¿Lo tienes tú?

  • Lo dejé en mi bolso.

  • Genial, a lo mejor ella… – trató de bromear Henry, que ni siquiera pudo hacerlo bien pues su voz estaba empezando a temblar por el pánico que sentía.

  • Espero que las pilas sí sean nuevas – dijo Selene.

  • Las compré con la linterna, son alcalinas.

  • Al menos tendremos un buen rato de luz – trató de suavizar la situación Selene -. Esto empieza a ser ridículo, la gente del servicio debe estar ahí fuera, si les pedimos ayuda nos abrirán.

  • No sé por qué lo dudo.

  • ¡Eh! – gritó Selene, haciendo caso omiso de Henry -. ¡Socorro! Comenzó a golpear la puerta con ambas manos, arrinconando a Henry en una esquina llena de telarañas. Éste al ver que hacía bastante ruido, comenzó a gritar como ella golpeando y pateando la puerta lo más fuerte que podía.

  • ¡Sáquennos de aquí!

  • ¡Guau, guau, guau! – hasta la perrita hacía lo que podía por hacer ruido. Así estuvieron unos minutos hasta que comenzó a fallarles la voz y la única que gritaba era la peluda perra, que parecía incansable.

  • Es inútil, nunca se dejarán ver – se rindió Selene.

  • No podemos quedarnos de brazos cruzados, igual hay otra salida. Hay que inspeccionar la bodega a fondo.

  • Buena idea, aprovechemos la poca luz que tenemos. Volvieron a bajar las escaleras y al iluminar las hileras de toneles los vieron con otros ojos ahora. Ya no les parecía tan grande, ahora les daba la sensación de estar en una enorme tumba moderna.

  • Si salimos de aquí, recuérdame que le quite la cerradura a esa puerta.

  • No te has parado a pensar… – dijo Selene -, que no tenía pomo por dentro a propósito.

  • ¿Qué quieres decir? – replicó Henry.

  • ¡Que nos han encerrado! Ayer quedó claro que no nos quieren en la casa. Hoy nos dicen que nos quieren muertos. No lo entiendes, no les importa lo que nos pase aquí dentro, quieren librarse de nosotros a cualquier precio.

  • A lo mejor solo quieren asustarnos – dedujo Henry -. Quieren que nos vayamos de la casa y solo tenemos que decirles que nos iremos. Quizás nos abran la puerta si lo hacemos.

  • Tengo muchísimo miedo, Henry – Selene comenzó a llorar y la perrita le lamió la cara para enjuagarle las lágrimas.

  • Al menos tenemos bebida en abundancia y comida – trató de bromear Henry.

  • ¿Comida? ¿Dónde?

  • Bueno, la tenemos a ella – dijo, mirando de reojo a la perrita.

  • ¡Por Dios! No bromees así – ella lloró aún más intensamente.

  • Lo siento, solo quería animarte. No soporto que llores.

  • ¿Y qué quieres que haga? Estamos encerrados en una casa horrible que no ha hecho más que darnos un susto detrás de otro y ahora encima no podemos salir de este nido de ratas, arañas y vete tú a saber qué más cosas hay aquí encerradas. La retahíla de Selene recorrió la bodega de una punta a otra rebotando varias veces como en una cueva.

  • Busquemos otra salida – sugirió Henry -. Tiene que haberla.

Caminaron hasta el extremo más alejado de la hilera de toneles y alcanzaron una pared de piedra. Luego la bordearon por la última hilera y vieron que había colgadas en la pared varias herramientas de trabajo. Por lo que podían apreciar aquella mansión debió ser la antigua casa de una poderosa familia que vivía del trabajo del campo y del vino. Pero a juzgar por las telarañas y lo viejas que estaban las herramientas, debía haber sido hace mucho tiempo. Henry vio una tijera de podar del tamaño de un brazo y la cogió esperanzado.

  • ¿Qué haces? – preguntó ella.

  • Con esto podremos abrir la puerta a lo bestia. Si es que no encontramos otro modo de salir, claro.

  • Buena idea – apoyó ella, recuperando parte de su serenidad perdida.

Siguieron la vuelta por el perímetro de la bodega y terminaron el recorrido en menos tiempo del esperado. No había puertas, ni subidas, ni bajadas, ni ventanas, ni respiraderos. No era tan grande como imaginaron en principio. Volvieron hacia la escalera pero Selene sujetó del brazo a Henry.

  • Espera, aún falta ver las hileras. Puede que haya unas escaleras en alguna.

  • De acuerdo – dijo Henry.

Les llevó unos minutos recorrer con la luz cada una de las hileras y ninguna de ellas tenía escalera.

  • Creo que solo podemos hacer una cosa – dijo Henry, decidido -. Voy a despedazar esa puerta si es necesario.

Subieron las escaleras y Henry entregó la linterna a Selene para que le alumbrase la puerta. Al coger la tijera pensó que si encontraba un hacha sería mejor herramienta, pero no había más que tornaderas, guadañas y tijeras como esa. Ningún hacha. Aún así, aunque le costase llenarse la mano de ampollas, con esa tijera podía picar la puerta hasta que de un simple empujón pudiera echarla abajo hecha astillas.

Comenzó su agotador trabajo destrozando la superficie de la puerta con su herramienta y ésta era más efectiva de lo que pensó en un principio. La hoja de madera era vieja y la punta era afilada y de hierro. Poco a poco se fue llenando de astillas el suelo y después de un agotador esfuerzo la punta cruzó al otro lado. Un fino rayo de luz entró en la estrecha estancia y eso les animó. Pronto estarían fuera y además, había luz.

Concentró todo su esfuerzo en la parte de alrededor de la cerradura y finalmente consiguieron desprenderla. Luego Henry simplemente metió los dedos por el agujero y abrió la puerta hacia él, sin ningún problema. La hogareña luz del recibidor les dio la bienvenida. La perrita salió corriendo y moviendo la cola como un helicóptero. Estaba tan feliz como ellos dos.

  • Mañana no se lo van a creer en la oficina – dijo Selene, al fin, aliviada.

  • Lo peor es que estoy casi seguro de que fue un accidente fortuito. En esta casa no hay fantasmas, solo cosas viejas.

  • Claro, los fantasmas no existen – declaró Selene.

La tranquilidad regresó y volvieron a sus que haceres domésticos. Henry tenía que colocar unos focos que había comprado para iluminar el recibidor con una batería de emergencia y Selene se fue arriba a cambiarse de ropa. La perrita iba y venía de uno a otro para ver qué hacían. La noche llegó, y con ella, la hora de cenar. Henry había estado todo el tiempo en el recibidor donde estaba la escalera y Selene arriba. Por ello cuando él fue a la cocina para prepararse algo y vio la mesa puesta con toda la comida preparada se asustó. Había olvidado a la gente del servicio. Hasta tal punto que ver una cena tan bien preparada fue algo que no esperaba. Pensó que esas personas no volverían a dar señales de vida. Malhumorado cogió su teléfono móvil y llamó a la dueña de la casa.

  • Señora Lafuente – dijo Henry -. Le llamo con motivo de la gente del servicio.

  • ¿Tiene alguna queja de ellos?

  • Sí, no nos han ayudado cuando les necesitábamos.

  • Es natural, ellos cumplen sus horarios, preparan la comida, limpian la casa y se marchan. No viven allí con ustedes. Seguramente ellos no habían llegado.

  • Dígame, ¿en serio nos habrían ayudado aunque hubieran estado?

  • Probablemente no – dijo Isabel, la dueña -. Pero es que no es su obligación ayudarles. Solo están allí para limpiar y cocinar. Tienen órdenes estrictas de no intervenir ni molestar a los ocupantes de la casa.

  • Ayer se fue la luz y no…

  • ¡Ah, los plomos!-.La dueña pareció recordar algo -. Debí advertirles que están en el sótano. Tengan mucho cuidado con la puerta, se cierra sola y podrían quedar encerrados.

  • ¿No me diga? – respondió Henry, malhumorado y mordiéndose la lengua para no insultar a esa mujer.

  • Espero que no hayan tenido problemas en encontrarlos.

  • Bueno, sí los encontramos aunque eran más antiguos que los de casa de mi abuelo.

  • Probablemente sean mejores que los modernos – replicó la dueña -. Solo asegúrese de que no le falten repuestos porque saltan cada pocos meses.

  • Hablando de bodega – dijo Henry -. Nos quedamos encerrados y nadie nos ayudó. Tuvimos que emplear una de las herramientas del campo para destrozar la puerta y poder salir.

  • Uy, qué desagradable – replicó ella -. No saben cuánto lo lamento.

  • ¿Arreglará la puerta usted? Pudimos morir ahí dentro si no hubiéramos podido romperla.

  • Por supuesto, no se preocupe, llamaré al seguro.

  • Y otra cosa, dígale al que venga que ponga un picaporte en ambos lados de la puerta.

  • Está bien, ¿alguna cosa más?

  • No, es todo – dijo Henry, satisfecho.

  • Entonces hasta otro día – se despidió ella, muy cortés.

  • Espere, espere – dijo él, pero escuchó que la señora Isabel ya había colgado -. Quería preguntarle si era normal la música de piano de ayer… qué más da. Ya se lo diré otro día.

Puede que los cambios traigan siempre sucesos inquietantes como los que les ocurrió a Henry y Selene, ya que tras los primeros días y el encierro del sótano no tuvieron mayores percances durante semanas. La inquietud por la música del piano pasó cuando pasaron los días sin que se escuchara nada. En cuanto a los empleados que trabajaban en la casa, salieron de dudas en cuanto a por qué nunca les veían, cuando la dueña de la casa les informó que no vivían allí sino que iban en determinados horarios que ellos no estaban.

No averiguaron de quién era la perrita de modo que la adoptaron y le pusieron el nombre de Thai. Empezaron a usar la piscina apenas unas noches después del suceso del sótano y Henry comenzó a coger la costumbre de nadar cada noche, antes de acostarse. Las escasas luces de la casa dejaron de ser fantasmagóricas a medida que se acostumbraron a ellas y dejaron de temer cada sombra que veían. Tras ese tiempo, ambos se sentían tan felices en su nuevo hogar que no imaginaron que nada pudiera hacerles salir de allí nunca.

Pero un día Henry recibió la llamada de un familiar y le anunciaron la muerte de su abuela. Casi sin poder despedirse de Selene, tuvo que coger el primer avión a España, donde se realizaría el entierro y se reuniría con sus padres.

Aquella noche fue la primera que Selene pasó sola en casa, con la única compañía de su perrita Thai. Estaba tumbada en la cama, leyendo un libro cuando la perrita se puso alerta levantando la cabeza de la cama y miró la puerta con inquietud. Selene se la quedó mirando, sonriendo, pensando que habría tenido alguna pesadilla pero cuando fue a acariciarla Thai se puso en pie y se puso a ladrar hacia la puerta.

  • ¡Cállate Thai! – ordenó ella. El animal obedeció a regañadientes, aunque no siguió ladrando, gruñía hacia donde debía haber escuchado algo.

  • Está bien, Thai, ahora vamos a dormir y vamos a olvidarnos de que has escuchado algo.

Selene estaba temblando de miedo. Seguramente había sido alguna termita que había alertado a la perra, pero eso no la tranquilizaba y se sintió desprotegida y sola. Nunca pensó que echaría tanto de menos a su esposo. Justo en ese momento un zumbido sonó a su lado y la hizo saltar del susto. Era su teléfono móvil, estaba vibrando antes de hacer sonar la melodía de llamada. Era Henry. Cogió el teléfono y pulsó el botón verde.

  • ¿Qué tal va todo? – preguntó ella, tratando de aparentar tranquilidad.

  • Bien – dijo él -. Bueno ya sabes, todo lo bien que puede ir un velatorio. Hay bastantes primos… La verdad todos están muy serios y me siento un poco mal porque veo a mi abuela tan pálida, sabiendo que nunca más la veré hablar ni preguntarme cosas y es extraño… no me siento triste. Hasta me alegro de que al fin se reuniera con mi abuelo en el cielo.

  • Eso no es malo, cariño. Todo el mundo debería morir así, llegando a la ancianidad y rodeado de sus seres queridos. Morir así es parte de la vida.

  • Lo sé, lo sé, pero me siento mal porque no me siento mal… Es extraño.

  • Hablando de cosas extrañas – dijo ella -. Acaba de pasar algo de lo más inquietante. Nunca había estado sola en casa y ahora que no estás todo parece que vuelve a dar miedo. Encima Thai se puso a ladrar hacia la puerta como una loca y me ha puesto de los nervios… No pienso salir de la cama hasta mañana. Si veo una de esas sombras que tú viste me vuelvo loca, estoy segura.

  • No vas a ver nada, las sombras esas eran Thai.

  • Ya, ya, por si acaso mejor no salgo.

  • Como quieras cariño. Te dejo. Si pasa cualquier cosa y quieras comentarlo como si estuviera contigo, llámame.

  • Está bien, espero que no se alargue mucho el entierro – añadió ella -. Llámame antes de ir a dormir y me cuentas más.

  • De acuerdo, te quiero.

  • Chao.

Selene presionó el botoncito rojo de su móvil y lo dejó encima de su mesita de noche. Miró a Thai y la acarició durante unos instantes, al parecer escuchar su voz la había calmado. Habían puesto una televisión en el dormitorio y Selene la encendió para escuchar noticias. Sin darse cuenta, paulatinamente, sus párpados se cerraron y se quedó profundamente dormida.

Hasta que Thai volvió a ladrar, esta vez con una rabia propia de una perra endemoniada. Se había situado justo detrás de la puerta y ladraba como una loca. Selene abrió los ojos y encendió la luz. Esta la deslumbró momentáneamente. Miró el reloj de su teléfono y vio que eran las doce de la noche en punto.

  • Thai, cállate por favor – suplicó, agarrándose las sienes. La perrita obedeció pero siguió gruñendo a la puerta. Se levantó de la cama y la cogió en brazos para tratar de calmarla. Deseó con todas sus fuerzas tener un pestillo es esa puerta pero no era momento de ponérselo y no tenía la menor intención de abrir la puerta a ver lo que había al otro lado.

  • ¿Hay alguien ahí, Thai? – preguntó aterrada. La perrita siguió gruñendo y ni siquiera la miró.

  • ¿Hola? – dijo Selene en voz más alta, esperando que nadie contestara.

Cuando su voz dejó de resonar al otro lado por el eco de la casa se arrepintió de haber hecho eso. Si había alguien ahora sabía que había una mujer y probablemente dedujera que estaba sola con un perro. Por suerte Thai tenía un ladrido fuerte y era difícil saber su tamaño por el sonido de su voz. Podían dejarla en paz por miedo al perro, que se llevaran lo que quisieran con tal de que las dejaran en paz, total, todas sus cosas estaban en esa habitación… Claro que si ya conocían a la perrita, no la tendrían miedo en absoluto. Apenas era una bola de pelos de unos siete u ocho kilos.

  • Al menos no estoy tan sola – susurró, viendo que su perrita hacía bastante compañía.

Volvió a la cama y se tapó toda, hasta la frente dejando únicamente la apertura de la cara. Apagó la luz y trató de dormir de nuevo. Thai se subió a la cama de un salto y se acurrucó a sus pies. Selene se sintió más tranquila al notar el pequeño cuerpecito respirando junto a sus pies, sobre las sábanas.

El teléfono no volvió a sonar y Selene se durmió. Henry volvió la tarde siguiente y el trabajo y la actividad diaria hizo que Selene se olvidara de todo el miedo que había pasado la noche anterior. Al levantarse y salir de su cuarto se encontró con que el desayuno estaba servido y deseó más que nunca ver a la gente del servicio para saber al menos qué clase de gente era. ¿Y si había entrado uno de ellos y la había estado espiando desde alguna de las galerías secretas que solo usaban ellos?

Era lo único que detestaba de la casa, no se sentía cómoda cuando se cambiaba. Sentía que había mil ojos observándola. Además en ocasiones creía escuchar pisadas lejanas dentro de las paredes o detalles que podían pasar desapercibidos durante el día pero no durante la noche, como pequeños golpecitos que sonaban de forma muy leve y que parecía como si alguien hiciera bailar sus dedos sobre la madera. En cualquier caso Selene estaba feliz con su casa, se estaba acostumbrando a esos ruidos y en cuestión de semanas los sustos se convirtieron en graciosas anécdotas que contar de cuando llegaron a la casa.

Hasta que un día, mientras Selene se duchaba sintió una mano sobre su hombro. Al girarse esperaba ver a Henry pero solo encontró el vacío y el vapor del agua.

  • ¿Pero qué… – susurró, asustada. Siguió duchándose con cierto temor pero no volvió a sentir nada más. Cuando salió de la ducha se encontró a Henry, leyendo en la cama.

  • Cariño, acaba de pasarme algo raro. Henry apartó la vista del libro y la miró fijamente.

  • Define raro.

  • Me estaba duchando y he sentido como dos dedos tocándome en el hombro, pensé que eras tú…

  • Te prometo que no me he movido de aquí.

  • Lo sé, me di la vuelta y no había nadie.

  • Caramba, sí que es raro. Ninguno de los dos quiso darle más importancia al asunto. En esa casa ocurrían cosas extrañas y esa quedaría como una más de ellas.

Dos días después Henry fue a coger unas tijeras para recortar una etiqueta de una camisa y vio que no estaban en el cajón. Suspiró pensando que Selene las había cogido y ella le aseguró que no las había tocado desde hacía tiempo. Él recordó que las había utilizado el día anterior y pensó que estarían en algún lugar donde él estuvo. Las buscó y no las encontró. Tuvieron que comprar otras.

Una semana después Selene iba a pintarse las uñas y no encontró la lima en su sitio. Buscó en todos los lugares donde solía ponerla y no la encontró. Enojada le dijo a Henry que estaba harta de que desaparecieran cosas, que debía hablar muy seriamente con los empleados, quisieran o no dejarse ver. Henry estaba de acuerdo, no podían vivir en una casa donde ni siquiera sabían quién era quien les hacía la comida, donde desaparecían cosas como por arte de magia y… no sabía si eran capaces de espiarles en la ducha e incluso tocarles con algún tipo de puerta secreta.

Tenía que saber dónde podían estar en cada momento y entre los dos decidieron que lo averiguarían colocando cámaras en las estancias donde se suponía que el personal de la casa tenía que hacer su trabajo. Decidieron poner una en el comedor, una en el baño y una en su habitación. Henry sugirió la piscina pero Selene se negó diciendo que ya era bastante caro comprar tres.

Así lo hicieron. Conectaron las cámaras al ordenador de la habitación y las programaron para que grabaran en cuanto hubiera el más mínimo movimiento. Se fueron a trabajar y cuando regresaron examinaron los resultados. La cámara de la habitación no captó nada más que movimientos de la perrita. Se tumbaba, agitaba las orejas, salía al pasillo, regresaba, se tumbaba de nuevo en el centro de la cama, se rascaba… Nada más.

Al menos podían estar seguros de que su perrita hacía bien su trabajo de defender su territorio. La cámara del baño no tenía ninguna grabación, como era de esperar. Eso les dejó más tranquilos aunque lo preocupante era saber si alguien les espiaba desde algún agujero entre los azulejos o bien podían entrar y salir rápidamente desde alguna puerta secreta cuando ellos estuvieran ahí. Debían esperar a la siguiente ducha para saber si podían hacerlo sin ser vistos o tocados.

La que prometía tener cosas interesantes era la del comedor. Se habían marchado dejando la mesa con los platos del desayuno y al regresar estaba la cena al fin verían a los empleados. El video tenía solamente dos minutos lo que extrañó a Henry y Selene. El del baño duraba poco menos. En él se les veía a ellos levantarse y marcharse (el resto lo borró Henry antes de irse a trabajar). La mesa se quedó con los platos y el tiempo se aceleró una hora, dos horas, tres horas, a la una, en apenas un pestañeo, de una imagen a la siguiente, los platos desaparecieron de la mesa.

  • Páralo – dijo Selene.

  • No puede ser, deben haberlo borrado… no pueden saber que pusimos las cámaras… Henry abrió las propiedades del video y buscó en la fecha de creación y modificación. Sin embargo ponía la última fecha de grabación, hacía escasos minutos.

  • No importa pon el resto – dijo ella, preocupada. Henry pulsó el play, y en apenas un par de segundos apareció de la nada la comida.

  • Espera, espera… – intervino Selene.

  • ¿Qué pasa? – preguntó él.

  • Mira la hora – señaló ella a la esquina superior derecha de la pantalla -. Dale para atrás. Colocaron la imagen de la mesa vacía y marcaba las 18:45, un cuarto de hora antes de llegar ellos.

  • Dale al play – ordenó Selene. Henry obedeció y apareció toda la comida, de repente sobre la mesa. La hora que marcaba era exactamente la misma.

  • No lo han trucado – dijo ella, impresionada.

  • ¿Cómo demonios lo han hecho?

  • ¿Pero eres tonto? ¿No te das cuenta de que es imposible? En esta casa hay entes sobrenaturales y tengo miedo. ¿Hemos estado comiendo cosas que surgían de la nada?

  • Tiene que haber una explicación lógica para esto – dijo Henry, visiblemente preocupado.

  • Sí, que el cocinero tiene el poder de detener el tiempo y hacer la comida y servirla en cuestión de milésimas de segundo – replicó ella, malhumorada.

  • Eso no puede ser.

  • Pues es.

  • Y… y… ¿Qué quieres que haga?

  • Hay que exorcizar a esos fantasmas, tenemos que llamar a una médium o a un sacerdote que sepa de estas cosas. ¿Recuerdas la película de “El exorcismo de Emily Rose”? Era una historia basada en hechos reales, a nosotros tiene que estar pasándonos algo parecido.

  • Espero que no seamos poseídos, por Dios – Henry la cogió de la mano.

Decidieron llamar a una médium del periódico pero ésta alegó que solo hacía tarot y les dijo que podía echarles las cartas por teléfono. Selene colgó antes de que les arruinara por ser una línea de teléfono carísima. Todas las médiums hacían lo mismo, lo único que cambiaba en sus frases era el teléfono y el orden de sus poderes. Localizaron por Internet a un sacerdote que podía exorcizar demonios.

Era un evangelista que tenía varios videos en los que alegaba que él había sido un militante satánico y que Dios le había transformado. Aseguraba que podía exorcizar cualquier demonio porque esa era la misión que Dios le había encomendado para exculparse de su vida anterior. Le escribieron un email y le contaron su problema. Suponían que no les contestaría ya que miles de personas seguían a ese hombre y sin duda no tendría tiempo ni de leerlo. Sin embargo respondió esa misma noche. “Estaré encantado de ayudarles, díganme su dirección y me presentaré allí en cuanto pueda.” Se preguntaron si podría ir a su casa, a Londres, cuando él vivía en Venezuela. Se lo comentaron, le especificaron teléfono y dirección exacta y esperaron su respuesta.

Esta vez tuvieron que apagar el ordenador e irse a dormir antes de tener la respuesta. Ninguno de los dos tenía hambre así que ni bajaron al comedor. Fue inquietante que el ordenador les mostrara cómo la comía desaparecía instantáneamente a las diez de la noche. Lo grabó delante de ellos y ahora estaban seguros de que nadie había borrado ningún fragmento. Antes de acostarse llamaron a la dueña para pedir explicaciones y como adivinando lo que había pasado, no les cogió el teléfono.

A la mañana siguiente se despertaron recordando lo que les había pasado. Era curioso que lo que les había aterrado hacía unas horas, en la tenebrosa noche neblinosa, resultara durante el día algo fascinante y gracioso con lo que habían estado conviviendo durante dos meses sin enterarse. Decidieron que fueran quienes fueran esos “empleados”, fantasmas, extraterrestres o personajes con poderes para detener el tiempo y cambiar las cosas de sitio, no eran hostiles y podían seguir viviendo con ello hasta que alguien les ayudara a resolver el misterio.

En el email encontraron la respuesta del sacerdote evangelista. “Siento mucho no poder asistir, no tengo ningún viaje planeado a Inglaterra pero en cuanto tenga la ocasión trataré de visitarles y juntos resolveremos el misterio.”

  • Menudo charlatán – dijo Selene, que en realidad no esperaba otra cosa.

  • Tiene que haber algún sitio dónde buscar a gente así – dijo Henry.

  • ¿En serio crees que son fantasmas?

  • ¿Qué otra cosa puede ser?

  • No lo sé, pero tenemos una prueba y estoy pensando que si lo enseñamos en televisión, nos darán un dineral no solo por mostrarlo sino …

  • ¿Estás loca? – se exaltó Henry -. ¿Quieres convertir la casa en un circo? No quiero responder llamadas de chiflados pidiendo cita para poder entrar a verla ni que la gente me señale por la calle como “el de los fantasmas”.

  • Está bien, ha sido una mala idea… – dijo ella, poco convencida. Henry meditó unos instantes.

  • ¿Un dineral?

  • Seguro, imagínate que vienen y lo filman ellos, lo podrían sacar en directo cómo ocurre todo. Seguro que nos hacemos famosos y entonces será más fácil que la propia cadena contrate expertos…

  • Mira esto – interrumpió Henry.

Señaló a la pantalla donde se veía el comedor. Era la hora del desayuno y se suponía que tenían que aparecer los panecillos, la mantequilla, los huevos, el bacón,… sin embargo la mesa estaba vacía y una especie de sombra con forma humana se desplazaba alrededor de la mesa pero su dueño no aparecía en la pantalla. De repente el candelabro del centro de la mesa cayó con fuerza y fue a terminar al suelo. No sabían por qué, la pantalla comenzó a oscurecerse y la señal sufrió interferencias antes de cortarse. Lo que quedó fue un hormigueo negro y gris interminable.

  • No puedo creer lo que he visto.

  • Hay películas de fantasmas que salen menos cosas que en esta casa – dijo Henry, empezando a asustarse.

    • No digas eso, será…
  • Es un puto fantasma – bramó Henry -. Y se ha dado cuenta de que sabemos lo que es. No ha puesto el desayuno y está dando vueltas como un loco.

  • Claro que se ha dado cuenta, ayer no cenamos – explicó ella.

  • Espera, ¿no hueles algo?

  • Selene olisqueaba sobre el ordenador. Se fijaron que la máquina comenzó a echar humo y de repente se prendió fuego dentro, como por un cortocircuito.

  • ¡Demonios! – exclamó Henry -. Voy a por una toalla húmeda.

  • Date prisa – dijo Selene, apartando el monitor TFT del pequeño incendio, luego apartó la mesa de las cortinas y desenchufó la regleta de enchufes.

Henry volvió con una toalla empapada en agua, mojando todo el suelo, y la extendió sobre la caja del PC. Contemplaron como el fuego se ahogaba en el interior de la toalla y suspiraron con cierto alivio. Cuando dejó de salir humo la apartaron y vieron cómo su ordenador se mostraba irreparable. No solo el ordenador, sus fotos, sus documentos, pero principalmente los videos que habían filmado de la noche anterior.

  • Creo que ya no podemos ir a la televisión – dijo Henry.

  • Vámonos de aquí, Henry, sea lo que sea se ha enfadado.

  • Mujer, creo que lo único que le molesta es que le observemos.

  • No seas estúpido, él nos escucha, nos observa a cada minuto. Ha escuchado lo que decíamos, por eso ha quemado la computadora. Tengo mucho miedo Henry, vámonos de aquí.

  • Voy a llamar a la dueña, ella tiene que saber…

Selene lloró desconsoladamente mientras se sentaba en la cama y se cubría el rostro con las manos temblorosas. Había escuchado historias de fantasmas y nunca las había creído. Ahora recordaba el desenlace de casi todas ellas, que los testigos se terminaban volviendo locos o bien desaparecían misteriosamente. No podía soportar la idea de pasar un minuto más en esa casa pero Henry no parecía entenderlo.

Henry cogió el teléfono móvil y marcó. El teléfono dio la señal de llamada una vez, dos veces, tres veces… Selene le miraba suplicante. Cuatro tonos, cinco tonos…

  • Dígame – dijo la voz áspera de la dueña.

  • ¿Señora Lafuente, Gilda? Soy Henry, el inquilino de su mansión.

  • Ah, sí, dígame.

  • Hemos estado teniendo… A ver cómo se lo explico… Tenemos que hablar de la gente del “servicio”.

  • ¿Tienen algún problema?

  • No, en realidad sabemos lo que son…

  • No entiendo – respondió la mujer.

  • Sabemos que son fantasmas. Quiero que me diga cómo…

  • ¿Qué son qué? – replicó ella. Henry se quedó mudo. Esa mujer no sabía nada, lo supo por el tono incrédulo de su voz.

  • ¿Es que no lo sabía?

  • No diga tonterías, hombre, los fantasmas no existen.

  • Mire, les hemos grabado con cámaras ocultas y hemos visto que la comida aparece de la nada. Luego una especie de sombra ha venido y a destrozado nuestra computadora y todas las grabaciones han desaparecido. Esos entes son peligrosos, nos observan y a mi mujer incluso la han tocado en la ducha. Si no me propone una solución… y hasta que no se resuelva – añadió al ver la mirada suplicante de Selene -, no pensamos volver a esta casa.

  • No sé qué decirle – respondió la señora con tono amable-. En todos los años que viví allí, jamás vi nada igual.

  • Me da igual que no me crea – dijo Henry.

  • Les dije claramente que no molestaran a los del servicio – explicó Gilda -. ¿Por qué tuvieron que filmarlos?

  • Sí… ¿qué? – Henry no esperaba algo así.

  • No puedo responsabilizarme de que ustedes rompan una cláusula del contrato – añadió la mujer, enojada.

  • ¿Qué cláusula?

  • Se lo especifiqué claramente: “no molesten a los del servicio y ellos no les molestarán”.

  • ¿Qué quiere decir?

  • No pienso volver a intervenir… – añadió ella en tono amenazador.

  • ¿Es que ha intervenido antes?

  • Pues claro, ¿cree que son los primeros que van a mi mansión? Los últimos se marcharon sin avisar. Ni siquiera el banco pudo encontrarlos.

  • ¿Qué? ¿Me está diciendo que desaparecieron?

  • Sí, el día después de que me llamaran como poseídos por mil demonios asegurando que unas sombras querían asesinarlos. No entiendo por qué la gente enloquece en mi mansión, con lo grande y acogedora que es. ¿A cuánto voy a tener que bajar su precio? Apenas cubre los gastos que me genera, casi no puedo pagar los impuestos de vivienda con lo que me dan ahora – Gilda comenzó a llorar -. No puedo bajarla más, déjenme tranquila, esa casa es el lugar donde pasé los años más felices de mi vida…

Henry no podía seguir escuchando a esa mujer. Cada vez que abría la boca sentía que quería matarla con más y más ganas. ¿La gente desaparecía en esa casa?, ¿lo sabía y se la había alquilado igualmente?, ¿los inquilinos enloquecían, la llamaban, y en lugar de llamar a la policía para ir a ayudarles se enojaba con ellos por desaparecer? ¿Le estaba culpando de llamarla para que le bajara la cuota de alquiler? Con los dedos temblorosos Henry presionó el botón rojo de su teléfono móvil y miró a Selene intentando aparentar calma. Ella le miraba ansiosa.

  • ¿Qué ha dicho?

  • Recoge lo que puedas en una mochila, nos vamos a casa de tus padres.

  • Gracias, amor, gracias – dijo, con lágrimas en los ojos.

La chica se levantó y sacó deprisa la mochila del armario. Metió la ropa sin doblar, a toda prisa mientras le temblaban las rodillas por la ansiedad y el miedo.

  • Pienso denunciar a esa chiflada – amenazó Henry más para sí mismo que para que Selene le escuchara.

Cuando tuvieron preparadas las mochilas y una maleta cada uno con toda su ropa y cosas importantes salieron por la puerta y, cargando cada uno con dos maletas, atravesaron el pasillo de las armaduras, derechos a las escaleras. Las formas metálicas de los antiguos caballeros medievales parecían observarlas desde dentro de los cascos. Tenían la impresión de que uno de ellos dejaría caer su lanza sobre ellos. En ese momento, ni siquiera la luz del día podía contrarrestar el terror que sentían. No querían ni imaginar lo que sería pasar una noche más en esa casa.

Alcanzaron las escaleras sin que ninguna de las armaduras la emprendiera a hachazos con ellos. Parecía una locura pero de algún modo sabían que cualquier cosa, por extraña que pareciese, podía ocurrir allí. Bajaron lentamente los escalones sintiendo que hasta las paredes estaban pendientes de ellos.

  • Espera… – dijo Selene, deteniéndose de repente.

  • ¿Qué? – replicó él con impaciencia.

  • ¿Dónde está Thai? Henry se puso blanco. Desde el incidente del ordenador no la habían vuelto a ver.

  • Salgamos, luego la llamaremos – sugirió, suplicando en su interior que Selene aceptara ese plan.

  • Está bien, esto pesa bastante. Suspiró, aliviado, no quería contarle que estaban huyendo porque temía que esas sombras intentarían matarlos, como habían hecho con otras personas. Solo tenían que seguir un poco más y saldrían por la puerta, estarían fuera, a la luz del Sol a salvo. Cada paso se le antojó lento y agónico, ella venía detrás y quería salir corriendo pero no quería dejarla sola en casa. La dejaría salir delante, se aseguraría de que se pusiera a salvo antes de llamar a Thai, la perrita que esa casa les había regalado. Llegaron a la mitad del pasillo y escucharon un ladrido en la sala de la piscina.

  • ¡Thai! – gritó Selene, histérica de preocupación. Soltó las maletas y corrió hacia la puerta de debajo de las escaleras.

  • Maldita sea, no vayas, luego entro yo a buscarla.

  • No podemos dejar que se quede solita – alegó ella, abriendo la puerta. Henry la siguió lo más rápido que pudo y lamentó perderla de vista en aquella sala de la piscina. ¿Por qué tenía que ser tan imprevisible? ¿Tanto le costaba esperar un poco a que él volviera a por Thai?

  • Amor, vuelve aquí – suplicó.

Alcanzó la puerta de la piscina y entró, agitado y nervioso. Vio que Selene corría por el borde de la piscina hacia la perrita negra que ladraba al fondo. Parecía que no había ningún peligro, corrió para reunirse con ellas. Cuando Selene alcanzó a Thai, la cogió en brazos y trató de calmarla acariciándola entre las orejas. Sin embargo la perrita seguía ladrando al agua insistentemente.

Por instinto Henry miró al fondo y vio una sombra desplazándose a un lado y a otro como si alguien estuviera nadando o buceando. Su corazón se detuvo cuando vio que la superficie estaba completamente en calma, como un espejo, y la sombra iba directa hacia ellas.

  • ¡Selene, corre, ven enseguida!

Demasiado tarde, algo tiró de ella y cayeron en la piscina la perrita y ella. Henry aún estaba a más de cinco metros cuando pasó y sin pensárselo saltó al agua, con zapatos y todo, para salvar a su mujer. La piscina era muy profunda, en la más honda, justo en el centro, aún no había logrado tocar suelo en los dos meses que llevaban viviendo ahí. Si Selene era arrastrada al fondo por esa sombra, no podría sacarla. Ni siquiera pensó que, al tirarse él, la sombra podía arrastrar a los tres hasta que se ahogaran. Su mente no podía asumir que ella pudiera morir.

Mientras buceaba y seguía el descenso de su esposa y la perrita, sintió que sus oídos empezaban dolerle intensamente. Entonces comenzó a escuchar el piano más claramente que nunca, como si sus notas resonaran solamente en sus oídos. Esta vez la melodía sonaba perfecta, sin errores. Alcanzó a Selene y la cogió en brazos. Alguna fuerza sobrenatural seguía tirando de ella hacia el fondo. Debían estar a dos metros de profundidad y aún había más de la mitad de trecho para llegar al suelo cubierto de teselas.

Henry pateó con fuerza el agua, resistiéndose a la fuerza y al menos logró detener su descenso. Sus pulmones ardían, no había cogido suficiente aire y la desesperación hizo que empezara a bracear con la mano derecha mientras sostenía a Selene con la izquierda. Ella seguía aferrando con fuerza a Thai. Esta vez sí, Henry consiguió contrarrestar la fuerza que les hundía y comenzaron a ascender. En un par de segundos salieron a la superficie y respiraron con fuerza, entre toses. Ambos nadaron hacia la escalerilla y Selene puso a la perrita fuera antes de salir ella. Henry no perdía ojo del fondo de la piscina, rezando en su interior para que ninguna sombra fuera hacia ellos. La falda de Selene le entorpecía los movimientos y subió pesadamente las escaleras.

Cuando alzaron la vista no podían creer lo que sus ojos les mostraban, la casa ardía en llamas y parecía a punto de colapsar en cualquier momento. Henry sostuvo con fuerza el brazo de Selene y paso a paso decidieron atravesar ese infierno.

La casa parecía que se les venía encima pero por suerte o por intervención de una fuerza oculta, ninguna viga cayó sobre sus cabezas. Salieron al exterior y corrieron hacia el coche. Se volvieron y vieron que la mansión estaba ardiendo por todas partes, cayéndose en pedazos devorada por las llamas. Su casa, el lugar al que no tenían intención de volver, estaba siendo reducida a cenizas y contemplarlo les llenó de paz.

  • ¿Qué es lo que ha pasado? – preguntó él, cuando ya estaban más tranquilos.

  • No lo sé… – dijo ella, tiritando y con el shock de la escena.

  • ¿Escuchas lo mismo que yo?- Henry no lo podía creer.

  • Si… ¡Por Dios! -replicó Selene.

La música del piano hacía eco en toda la casa y podían ver desde afuera un sin número de sombras que parecían danzar con el fuego, el espectáculo era aterrador, ambos pálidos al admirar aquel horror. Ya no podía ver mas, solo salir de ahí y no volver jamás. Volvieron a la casa de los padres de Selene y Henry, hizo la demanda correspondiente.

Pero claro, la señora Isabel no se iba a quedar de brazos cruzados y contrató un buen abogado que aseguraba que lo máximo que podía hacerles era no devolverles el mes de fianza ya que iba a cobrar una jugosa suma por el seguro de la casa y ningún juez les podría culpar a ellos del accidente doméstico. Incluso podría sospechar que ella misma la quemó para cobrar esa cifra por un lugar con tan poco valor.

Al parecer, en la región era tristemente famosa por los truculentos hechos del pasado y nadie, que preguntara antes en el vecindario, ni siquiera se acercaba a las verjas. Cuando se reunieron las dos partes y su abogado expuso eso ante la señora Isabel, ésta retiró la denuncia con gesto sombrío.

Poco tiempo después restauraron la vieja mansión e incluso volvieron a ofrecerla en renta. Cuando Henry vio el anuncio en el periódico quiso denunciarlo a la policía, pero Selene le dijo que nada ganaría. Esa mujer era muy rica y ya no querían más problemas.

  • No lo hagas mi amor, es inútil, olvidemos todo.

  • Ya pasaron dos semanas, quitaron el anuncio, al parecer ya hay nuevos inquilinos en esa casa. – ¡Que Dios los ampare!

Ambos ignoraban si en el futuro aquellas personas empezarían a experimentar las mismas situaciones extrañas que ellos vivieron, en el fondo sabían que así seria y que ahora, la Mansión de las Sombras tenía nuevos huéspedes que atormentar.

— Via Creepypastas

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