De la impecable venganza de una Pornoi

Los Trollders
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En Esparta se contaba la historia de un ateniense atrofiado: ciego, sordo, mudo y con la nariz prolijamente rebanada, capaz de detectar la presencia de una prostituta a varios kilómetros de distancia; habilidad que lo llevó, eventualmente, a una muerte atroz.

Quizás haya algo de cierto en esta historia, a pesar de que Esparta no conoció la prostitución, ya que la única moneda que se forjaba allí era de hierro sólido, y no tenía valor fuera de los muros de la ciudad. En Atenas, por el contrario, la prostitución floreció de mil formas; y una de ellas (aunque podrían ser varias) involucra a este hombre contrahecho y a una asesina serial que turbó los corazones de todos los atenienses licenciosos.

Las Pornoi (“vendidas”) eran esclavas que, por suerte o determinación, escapaban de su destino como bienes personales, y se arrojaban a las calles de Atenas para dedicarse al único oficio potable para una joven soltera y sin familia. Allí era reclutadas por los pornoboskós, los antiguos proxenetas, literalmente “Pastores de vendidas”, quienes les asignaban un sitio particular en la ciudad o los burdeles, siempre que la muchacha en cuestión fuese lo suficientemente agraciada.

El poeta Eubulo señala con ironía que las Pornoi utilizaban un maquillaje indiscreto, hecho con jugo de moras que colocaban abundantemente en sus mejillas. Estas damas debían pagar un impuesto de alrededor de 108 dracmas anuales, y algunas de ellas lograban amasar fortunas considerables. Una de estas mujeres fue Fabula, acaso la única asesina serial de la Antigua Grecia.

Fabula fue esclava, es decir, una Pornoi. Con el tiempo aprendió a leer y a escribir, cosa notable teniendo en cuenta que vivía en cautiverio. Se dice que su primera víctima fue su dueño, al que aniquiló luego de una maratón sexual que resultó demasiado para el corazón del anciano.

Proscrita, Fabula fue recogida por un grupo de Heteras, es decir, prostitutas de alto nivel económico y cultural, quienes completaron su educación y le enseñaron a pulir el ancestral arte de la seducción. Muy pronto, la belleza impactante de Fabula creció de un modo extraordinario, y el rencor secreto que albergaba por los hombres creció en igual proporción.

Incapaz de olvidar los maltratos del pasado, Fabula se dedicó a asesinar hombres, pero no a cualquier clase de hombre, sino a “ciudadanos”, esto es, hombres libres, casados o viudos, que adquirían esclavas para satisfacer sus instintos más sórdidos.

Fabula aniquilaba a sus víctimas del siguiente modo. Primero atraía la atención de un caballero en la calle, luego hacía que este lo siga a sus habitaciones. Una vez allí, lo arrojaba sobre el lecho y se ubicaba encima, como una diosa descomunal que danza al ritmo de tambores olímpicos. Tanto el rostro como el cuerpo de Fabula eran tan extraordinarios -así lo jura el historiador Jenofonte- que su belleza reducía a la nada a otras prostitutas célebres de la época, como Aspacia, la despampanante escort de Pericles.

En la cima del paroxismo, Fabula cerraba sus poderosas piernas sobre los flancos de su víctima, impidiéndole respirar con comodidad, y acto seguido desgarraba sus cuellos con sus propias uñas, esculpidas especialmente para tal propósito.

Los cuerpos de los infaustos eran ocultados por otras Pornoi, que secretamente financiaban la venganza de Fabula; y las Heteras, por su lado, colaboraban ofreciéndole una nueva habitación luego de cada carnicería.

Algunos hablan de decenas de víctimas, otros de centenares. Lo cierto es que nadie sabe hasta dónde llegó la venganza de Fabula. Sólo sabemos que tras su muerte fue secretamente adorada por las prostitutas de Atenas, convirtiendo su nombre en un epíteto de la libertad femenina y el abuso de poder de los hombres.

Se dice también que los hábitos predatorios de Fabula quedaron marcados para siempre en las sandalias de todas las prostitutas atenienses. Para dar cuenta de su condición ante potenciales clientes, las prostitutas grababan la suela de sus sandalias para que dejasen la siguiente marca en el suelo: ΑΚΟΛΟΥΘΙ, que significa “Sígueme”, la misma orden con la que Fabula encantaba a sus víctimas para llevarlos a la penumbra de su cubil, hecho de sedas y oscuros recuerdos, y la misma que acató aquel hombre deforme, que con sus pies descalzos leyó su destino en el polvo.

— Via Creepypastas

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